¿Cuál es esa “oscuridad” poco glamorosa donde tal vez la satisfacción marginal no sea decreciente? Será que en nuestro interior, que en nuestras familias, que en nuestro trabajo, que en nuestro estudio, que con nuestros amigos cercanos podemos encontrar la satisfacción que un par de zapatillas o una salida al cine ya no nos pueden dar. Será que volver a viejas conductas como las de reflexionar, las de leer, las de conversar en familia de temas que no salgan en los noticieros, las de compartir y las de comprometerse con una pareja, nos pueden llenar lo que el último reproductor de mp3 no llena porque apenas lo compramos ya salió el que lo supera. ¿Suena incoherente?, puede ser. Seguro que suena incoherente si se lo planteamos a alguien que necesita vender “acción que nos suba la adrenalina”. Pero créanme que no es ridículo.
El problema con las conductas que acabo de mencionar, es que como nadie las ilumina, se ven oscuras, y la oscuridad siempre da miedo. Uno no sabe que es lo que va a encontrar. Tal vez encuentre una relación con su padre o su madre que no se consigue en ninguna cadena comercial. Tal vez encuentre un compromiso con alguien que valga la pena, pero que no vea con buenos ojos un cambio de pareja cada semana. Tal vez descubra una pasión por cierto tema, o por leer, o por un deporte que lo distraiga luego para ver el último programa de televisión, o le haga perder el gusto por bajar de Internet cuanta película nueva se ponga disponible. Cosas terribles pueden encontrarse en esa oscuridad interior y familiar. Cosas que pueden alejarlo a uno del mercado de consumo masivo hyper acelerado. Cosas que lo pueden a uno hacer pasar por ridículo con los que viven de tendencia en tendencia, como Don Juan saltaba de conquista en conquista. Cosas que nos pueden llevar a ser incoherentes con la imagen de última moda, que alguna tienda de ropa esté pretendiendo imponer.
Yo lo veo, incluso, como un desafío personal. Para caerle bien a los demás sólo hay, en general, que vestirse a la moda del día, escuchar la música que todos escuchan y hablar de los temas que nos dicen que hay que hablar. Para caernos bien, en serio, a nosotros mismos, el esfuerzo es mayor. Para caernos bien a nosotros mismos hay que ser exitosos verdaderamente, no sólo famosos. Para caernos bien no alcanza con que la ropa sea la de moda, tenemos que sentiros bien con ella. Tal vez por eso sea más fácil buscar en la luz que otros nos prenden, que en nuestra oscura interioridad.
Hoy existen campañas masivas de publicidad que nos proponen ser diferentes, aunque la forma de serlo sea comprar un producto que es igual para todos. Hasta se han desarrollado tendencias minimalistas, o sea que el no tener, el tener cosas simples o pocas cosas, también se ha transformado en negocio. Desde sus “coherencias”, no participar es “ridículo”.
Tanto nos han –y nos hemos– cebado con el consumo indiscriminado y acelerado de bienes con satisfacción marginal decreciente, que nos hemos educado para eso. Hacemos lo mismo ya con sensaciones, con sentimientos, con afectos, con relaciones. Buscamos más y más y no sentimos el avance, porque cada nueva relación, cada nuevo sentimiento, cada nueva sensación, viene de lugares en los cuales no está lo que buscamos. La excitación que produce la nueva droga no se compara con la que causa el logro personal. Ésta última es infinitamente mejor y más duradera que la otra, lo que pasa es que la última droga se compra en el baño de un bar, y el logro personal no. Lo cierto es que a ese baño vamos a tener que volver cada vez más seguido, mientras que por el otro camino esto no pasa. El logro personal satisface notablemente y perdura en el tiempo, pero requiere esfuerzo, requiere dedicación, requiere decisión y constancia… palabras éstas que no están necesariamente de moda, palabras que alguien podría considerar obsoletas, casi ridículas.
El crecimiento personal viene de dentro de nosotros y se proyecta hacia los demás, pero requiere tiempo, tiempo que hoy no tenemos mientras vamos de vidriera en vidriera. Hay veces que me pregunto ¿por qué hay programas de televisión en los cuales los conductores sólo pueden mantener el ritmo del mismo si gritan constantemente? Y es porque parece ser la única forma de mantener la atención del público. Tan estimulados estamos a la no introversión, que no hay forma de pasar un momento evaluando nuestra propia conducta. Desde el aparato ultramoderno recién comprado en cómodas cuotas, el locutor nos grita para que no caigamos en la tentación de pensar y reflexionar, o en la de intentar una conversación con el que tenemos al lado si nuestra propia oscuridad produce demasiado vértigo.
Es probable que la economía de mercado siga rozagante –tal vez hasta sea bueno que así sea–. Incluso no me parece ilógico pensar que en algún momento cercano en el tiempo, el par de zapatillas que acaba de cumplir un mes en nuestra propiedad se autodestruya transformándose en el folleto de las próximas que tenemos que comprar. El problema es, y va a seguir siendo, del que piensa que allí va a encontrar satisfacción verdadera, auto conocimiento, crecimiento, madurez, cierto grado de plenitud. Yo soy un hombre optimista. La juventud siempre se ha revelado contra las tendencias de su tiempo. Es lógico, la juventud quiere crear su propio medioambiente. Confío en que la juventud no se va a dejar llevar. Que se va a animar a buscar fuera del reflector la llave de su maduración. La clave que abre la puerta de un camino de crecimiento y autorrealización que no viene como accesorio de un equipo de música.
Alejandro Dolina, en lo que yo considero un fantástico tratado (1) de “filosofía porteña”, se refiere a algo parecido a lo que comento. Describe éste fenómeno desde lo que significa hoy viajar para conocer un mundo, en el que trasladarse se hace cada vez más seguro, más sencillo y más barato. Él termina su reflexión sobre el asunto con un par de frases que me parecieron pertinentes. Dice:
“No esta mal contemplar las catedrales góticas, los canales de Venecia o la gran muralla. Si está mal creer que esas contemplaciones darán sentido a la vida.
Para encontrarse a uno mismo no es necesario caminar mucho. Se los digo yo, que me he rastreado por todas partes y me encontré en el patio de mi casa, cuando ya era demasiado tarde”.
Si no creen que Dolina (2) sea un pensador digno de sus entendimientos, entonces vean lo que Séneca (3), filósofo de la antigua Roma, le aconsejaba en una carta (4) a uno de sus discípulos:
“¿Por qué te maravillas de que tus viajes al extranjero de nada te aprovechan, cuando es a ti mimo a quien llevas de un lugar para otro? Te agobia la misma causa que te impulsó a salir. ¿En qué puede aliviarte la novedad de las tierras? A nada útil conduce ese ajetreo. ¿Quieres saber porqué esa huida no te reconforta? Huyes contigo mismo. Tienes que descargar el peso del alma; hasta entonces ningún paraje te agradará”.
No es el dónde viajemos, o el qué compremos. No es cuál espectáculo o recital presenciemos. Es a quién llevamos. Si no nos preocupamos de ese quién, sea en el patio de casa o en la oscuridad de nuestras interioridades, capacidades, deseos y voluntades, no nos aliviará la novedad de las tierras, o la fidelidad del equipo de música, o la tracción y el peso de las nuevas zapatillas.
Volvamos a lo básico, y no estoy hablando de volver a la moda de una época en la que se usó ropa sencilla, –aclaro esto por las dudas ya que todo se utilizó alguna vez como slogan publicitario–. Estoy hablando justamente del patio de casa, de conversar con la familia, de establecer relaciones relativamente estables. Estoy hablando de darle real importancia al estudio o al trabajo que tenemos entre manos, porque son excelentes formas de aprender y de crecer. Estoy refiriéndome a mirarnos por dentro, y perseguir esa estrella con nuestro nombre y apellido que es la única que puede ponernos luz verdadera; para de esta manera no tener que buscar en los reflectores que terceros interesados nos enciendan.
Que la rebeldía y la inteligencia de esta juventud que tenemos hoy juegue el juego del consumo masivo, pero sólo para que los precios de las cosas sigan bajando. Que les haga creer a los publicitarios que sus campañas son excelentes, y que sigan así aumentando los volúmenes para que aumente la ocupación y todo el mundo tenga trabajo digno. Pero no caigamos en la ridiculez de buscar la llave de nuestro crecimiento, de nuestra búsqueda de satisfacción, y de nuestra necesidad de pertenencia, en donde no está, ni estuvo, ni nunca estará. Nuestro interior, nuestra familia, nuestros reales amigos, pueden ser menos glamorosos que un reflector de “consumiendo por un sueño”, pero la satisfacción marginal que causa cada logro en esos frentes es mucho más nutritiva.
J. R. Lucks
Referencias:
(1) Crónicas del Ángel Gris. Alejandro Dolina. Grupo Editorial Planeta / Booket, 2003.
(2) Alejandro Dolina: (Baigorrita, Partido de General Viamonte, Provincia de Buenos Aires, 20 de mayo 1945) es un escritor, músico y conductor de radio y de televisión argentino. Realizó estudios de Derecho, Música, Letras e Historia.
(3) Séneca: Lucio Anneo Séneca, también conocido como el joven (4 a.C. - 65 d.C.). Nació en Corduba, en la provincia romana de la Bética (actualmente Córdoba, en España). Hijo del orador Marco Anneo Séneca, fue un filósofo romano conocido por sus obras de carácter moralista.
(4) Cartas Filosóficas, de Platón a Derrida. José González Ríos. Editorial Quadrata, año 2005.
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