Quedó claro para mí, después de lo que me enseñaron los diccionarios, que el glamour es un problema. De hecho la palabra misma engaña. Aunque parece proveniente del francés, por el ou con que se escribe, en realidad viene del inglés, y quiere decir exactamente encanto mágico. Pero con un sentido, proveniente del medioevo, relativo al ocultismo y a la magia negra. En definiciones que se encuentran en diccionarios de inglés se alude a poderes que afectan la vista, haciendo que los objetos o las personas parezcan diferentes de lo que realmente son. También se describe como embrujo u obra de hechiceros, o como un interés artificial, o una asociación particular con un objeto, a través de la cual este aparece magnificado o glorificado.
Un desastre. Este glamour parece más peligroso que la bomba atómica. Nos venden glamour todos los días para embrujarnos, para someternos. Para hacernos percibir por los sentidos y luego asentir con lo que nos venden, sin pensar. Para que consintamos con enunciados que no son más que engaños. Para ganar nuestra voluntad… después verán que hacen con ella.
¿Quién nos hace esto? No soy un perseguido. No creo en la conspiración global del capitalismo o de los grandes sistemas interestelares de invasores que pretenden destruir la Tierra. Pero el glamour está allí. Alguien lo sacude de un lado para el otro, y nos cae en la cabeza como ladrillazos tirados desde un edificio de veinte pisos.
Hay hoy estrellas glamorosas, llenas de silicona, colágeno, gel, mampostería, piel sintética injertada en el cuerpo, en fin… Mujeres –y hombres también– de más de sesenta años que parecen tener cuerpo de chicas de veinte; y cuando la camilla del cirujano ya no alcanza entonces viene el retoque de la fotografía. La cirugía dura algo más en el tiempo, pero el photo shop dura lo que dura el flash de la máquina fotográfica. ¿Necesitamos realmente que nos inyecten tanto glamour por los ojos?
Hay también políticos glamorosos. Que cambian su figura para las campañas, que se tiñen, que se cambian el peinado o se agregan las caras, que se alían con izquierdas y derechas según la moda del momento. Que consiguen otras figuras glamorosas para sus listas: artistas, actrices, personas o personajes públicos, para que nos identifiquemos con ellos y asintamos en votarlos. Después de todo, el momento más glamoroso de un político es su campaña y la asunción. Acto seguido, cuando llega el momento de trabajar y cumplir, se acaba el glamour, allí es donde les llega la depresión post-urna, se les cae el maquillaje y vuelven a ser lo que eran antes de los retoques.
Esta necesidad de glamour, que hace que las canas se disimulen, atrapa a muchos. Woody Allen dijo una vez:
“Las canas ya no se respetan, se tiñen”.Que cierto, pero: ¿quién tiene la culpa? Porque en general se la echamos al que no respeta, y lo cierto es que el primer faltador al respeto es el que se las tiñe. Si el que las tiene, si el que se las ganó, las tapa y las esconde, porqué los demás habrían de respetarlas.
Vamos a pasear un poco más por la literatura. Fíjense en esta cita de un excelente libro (1) que habla sobre una banda de rock que, según la definición que estamos usando, no fue glamorosa, porque no creo que haya engañado o sometido a nadie al menos con malas intenciones. Dice así:
“Está en la naturaleza humana trascender. Todos, en una u otra medida, buscamos trascender en la vida. De acuerdo a las distintas idiosincrasias, hay, para cada ser humano, una búsqueda distinta en cuanto a trascender. Hay, con arreglo a las diferentes ideologías que la cultura occidental nos impone, muchos caminos posibles para trascender. Según algunos, los hombres trascienden por su obra. Según otros se trasciende a través de los hijos. Otros eligen la religión esperando, justamente, trascender en otra vida. Hay por supuesto, quienes buscan trascender a cualquier precio, que en general, termina siendo muy alto y poco rentable”.
Fantástica cita. La última forma de pretender trascendencia, a la cual los autores se refieren, es la glamorosa, la que no requiere ningún esfuerzo. Esta es que es poco rentable porque es fugaz, y lo fugaz no puede ser trascendente ya que es lo contrario. Además, estos glamoures aplicados a tratar de trascender terminan generalmente en patéticos triples y cuádruples estiramientos de piel, o reelecciones, con el objeto de intentar mantener lo efímero del embrujo. Como dice la cita se termina pagando un precio muy alto, altísimo: el del desengaño.
Cuando yo era chico, hace demasiado, mis padres me decían:
“No mientas Josecito, las mentiras tienen patas cortas”.Hoy yo diría:
“No se operen, los colágenos y los estiramientos tienen patas cortas”.Con los políticos no perdería el tiempo porque recomendarles no mentir sería lo mismo que pedirles que se cortaran las cuerdas vocales. Pero es como me decían mis padres. La fugacidad del glamour es brutal. Un gran amigo mío, José Levante, decía con asiduidad:
“Yo nunca me fui a acostar con una mujer tan fea como con las que me levanto”.
Nunca entendió mi pobre amigo. El glamour dura lo que los sentidos tardan en despejarse, lo que el alcohol en sangre tarda en diluirse, y normalmente, –muchas veces nos ha pasado con glamoures políticos por desgracia– cuando esto pasa, aparte de ver la verdad despertamos con terribles dolores de cabeza.
Volviendo a la cita, lo que sí vale la pena en el querer trascender tiene que ver con el trabajo, con el estudio. Como dijo Domingo Faustino Sarmiento (2):
“Los discípulos son la mejor biografía del maestro”.Interesante, ¿no? La trascendencia garantizada en términos temporales y en cantidad de personas que han de hablar del maestro. Pero para que lo que ellos digan con su vida hable bien del educador, el susodicho tendrá que no sólo haber dedicado tiempo sino también esfuerzo para lograr así lo mejor de sus alumnos.
¿Habrá algo menos glamoroso que el trabajo y el estudio? Probablemente casi nada. Horas de “oscuridad” y de “soledad” para crecer, para no ser sólo cartón pintado y sí tener verdadero contenido. Seguro no es glamoroso. Porque no es un arreglo externo para lucir bien por un momento, debe ser una construcción sólida, y eso lleva tiempo.
¿Qué pasa cuando aplicamos el glamour a otras cosas más allá de la política o del espectáculo? Por ejemplo al amor. Aquí hay una frase de una escritora americana (3) que trae un poco de luz sobre este asunto:
“Romance es el glamour que transforma el polvo de la vida común, en una bruma dorada.”
No deja de ser poético, y el romance no es malo, pero tener que ver una cosa cuando realmente es otra no deja de ser peligroso. Es cierto que el polvo de una vida en común no tiene nada de glamoroso, pero si uno logra apreciar y valorar ese polvo, que se junta de tanto vivir en común, la bruma dorada aparecerá igualmente como consecuencia del esfuerzo conjunto en vez de ser producto de una ilusión visual. Sin criticar la cita, ya que una cita siempre está sacada de contexto, me gusta más esta otra (4):
“El amor es como una amistad en llamas. Al principio la flama, bella, se presenta feroz y rutilante, aún así es sólo luz y chisporroteo. Cuando el amor crece y persevera, nuestros corazones maduran y nuestro amor se transforma en brasas, con mucho calor interno y muy difíciles de apagar”.
Que gran diferencia en la forma de describir lo mismo. Una brasa difícil de apagar, o una bruma dorada que disimula el polvo que se acumula con el vivir común.
¿Cuántas veces preferimos las llamas chisporroteantes o los destellos dorados? ¿Cuántas veces nos planteamos llegar a tener brasas inapagables en el corazón, aunque también produzcan cenizas, o polvo? Hoy pareciera que lo glamoroso es lo fundamental. La luz nos llama más que el calor, lo dorado o lo platinado llama más que las cenizas o el polvo, aunque lo primero sea efímero… o quizás porque lo primero es efímero.
Tal vez, y para rescatar a la primera cita, el romance deba retirar la ceniza de alrededor de la brasa, respetándola en vez de disfrazarla. Tal vez eso haya sido lo que la autora quiso decir. Revivir el romance para quedarnos con lo mejor de ambas versiones, calor interno y romance a la vez, sobre el mismo sujeto. No están contraindicados.
Creo que esta otra cita redondea lo que quiero decir:
“Un verdadero hombre no necesita enamorar a una mujer diferente cada noche. Un verdadero hombre enamora a la misma mujer por el resto de su vida”
Si después de esto no se convencen de que no soy ni pretendo ser glamoroso, no se que más hacer.
El glamour requiere de condiciones base para instalarse. John Berger (5), un artista inglés, nos da una pista:
“El glamour no puede existir sin que esté instalado, y sea considerado como una emoción normal, un sentimiento personal de envidia social “.
Nuestra sociedad se educa así hoy. El individualismo que supuestamente nos debe guiar, ya que si cada uno logra lo mejor para sí la sociedad mejora –base de la teoría económica que sustenta el capitalismo–, se ha tal vez extralimitado transformándose más en egolatría que en sana competencia por mejorar. ¿Cómo alimentar esta competencia?, con envidia. Si no resulto tentado, embrujado con cosas que no tengo pero considero mejor que lo que sí poseo, no hay motor para el “avance”. Esto llevado al extremo acelera el ritmo de consumo y produce trabajo, mayor comercio, etcétera, etcétera. ¿Qué más produce este sencillo modelito? Todo el resto de las consecuencias que vivimos en las sociedades de hoy. El glamour sólo se agrega para que lo visto en otro lado sea deseable. Sin esa envidia, que tal vez haya sido buena alguna vez, el glamour sería “transparente”, no lo veríamos, estaríamos vacunados, protegidos, no nos embrujaría.
Debemos tal vez ser menos ególatras –o individualistas extremos– y cambiar la supuesta satisfacción que el glamour promete por verdadera satisfacción construida con esfuerzo y trabajo. La envidia carcome, nos carcomemos y nos desgastamos en búsquedas de contenidos que el glamour no contiene. ¿No será mejor gastar esas calorías en otras cosas?
Como dijimos ya, este asunto no es de hoy, aunque tal vez hoy los medios masivos hayan ayudado a que esté mucho más difundido.
Hay un libro cuyo nombre ha sido traducido al castellano como
Las 36 estrategias chinas (6). El nombre en inglés de este libro, aparentemente más fiel al contenido original, se llama
36 Stratagems. Estratagema, en castellano, no significa estrategia, sino que según la RAE quiere decir: ardid de guerra, astucia, fingimiento y engaño artificioso. Suena a glamoroso, ¿no? Pues bien, el libro trata de diversas formas de ganar sobre un adversario encontrando formas de engañarlo, de confundirlo, de hacerlo caer en trampas previamente construidas. Es esta una línea de ideas compartida en gran medida por otros libros de estrategia militar, sólo para citar uno de ellos por ejemplo:
El arte de la Guerra (7), de Sun Tzu (8), que postula entre otras cosas que la batalla mejor ganada es la que no se lucha, siendo que el adversario se rinde pensando que nuestra fuerza es superior. De echo, para nada un mal consejo.
En este libro de estratagemas hay justamente una que se llama: “Crear algo a partir de nada “, y en una de las versiones que comentan sus recomendaciones, se refieren a la misma de la siguiente forma:
“Si se es capaz de crear algo a partir de nada, las circunstancias más insignificantes pueden conducir al éxito. La mentira repetida mil veces puede llegar a aceptarse como verdad. Convertir algo pequeño en enorme, creado a partir de actitudes preexistentes para avivar los miedos, aumentar los prejuicios o desviar la percepción de los hechos. Una variante es hacer pensar a los demás que uno no tiene nada cuando en verdad se tiene algo”.
Glamour puro. Desde campañas electorales hasta romances, o peleas inventadas entre glamorosas figurillas del espectáculo, no van a decirme que esta regla no ha sido usada hasta el hartazgo.
El glamour, o sus equivalentes están presentes en todos los órdenes de la vida, en la estrategia militar, en la política, en el espectáculo, en el amor, en la economía de consumo, en las campañas publicitarias… en todo lo que se les ocurra.
Glamour: un intento de someter nuestra voluntad, mediante los sentidos, para que caigamos embrujados o hechizados en los designios del glamoroso. Desde las antiguas estrategias de guerra chinas, hasta lo propuesto por pensadores de inicio del pasado, o definiciones del amor maduro por autores y actores, el glamour está siempre presente. Se puede llamar de una forma o de otra, se puede esconder en palabras y disfrazarse de retórica, pero pareciera ser como el sol, siempre está. No se ha inventado aún un protector para el glamour, como sí se ha inventado un protector para los rayos del sol. ¿Por qué será? Tal vez porque no conviene que dejemos de exponernos al glamour.
A mí no me gusta que me embrujen, o que me sometan, o que se queden con mi voluntad, así que para mí, el glamour ya no tiene nada de glamoroso.
J. R. Lucks
Referencias:
(1) The Beatles, Dos de nosotros. Esther Vicente y Gustavo Ghisalberti, 1997
(2) Domingo Faustino Sarmiento: (San Juan, Argentina, 15 de febrero de 1811 – Asunción del Paraguay, 11 de septiembre de 1888) fue un político, pedagogo, escritor, docente, periodista, estadista y militar argentino; gobernador de la Provincia de San Juan entre 1862 y 1864 y presidente de la República Argentina entre 1868 y 1874. También se destacó por su laboriosa lucha en la educación pública.
(3) Amanda Cross: (seudónimo de Carolyn Gold Heilbrun. Enero 1926 - Octubre 2003) Escritora y crítica Americana, feminista y autora de novelas de misterio.
(4) Bruce Lee: (San Francisco, California, noviembre de 1940 - Hong Kong, julio de 1973) fue un artista marcial y actor chino. Reconocido exponente de fama mundial, y renovador de las artes marciales de mediados del siglo XX.
(5) John Peter Berger: (Londres, 1926), crítico de arte, pintor y escritor. Entre sus obras más conocidas están G., ganadora del prestigioso «Booker Prize» en 1972 y el ensayo de introducción a la crítica de arte, Modos de ver.
(6) Las 36 estrategias chinas. Editorial Quadrata.
(7) El arte de la Guerra. Sun Tzu. Editorial EDAF, 2006.
(8) Sun Tzu: Legendario general chino. Fue el autor del más antiguo tratado militar chino, que se estima que fue escrito alrededor del 500 a.C.
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