Ridículo viene del latín, y tiene raíz en el verbo ridere que significa reír, de hecho ridículo es lo que causa risa. Comencé entonces a buscar en la literatura ejemplos de esto, y encontré, en un libro maravilloso, las Crónicas del Ángel Gris (1) del maestro Alejandro Dolina, un segmento que me pareció sublime. En una de las secciones del libro, dedicada a lo que él llama la Sociedad de los Trabajos Difíciles, se refiere a un supuesto atleta en estos términos:
“Era un atleta mediocre pero tenaz. Durante mucho tiempo trató inútilmente de mejorar su marca en los 100 metros llanos. A pesar de todos sus esfuerzos, jamás tardó menos de 14 segundos en hacer el trayecto. No contento con su fracaso, resolvió intentar la hazaña por el camino más largo.
La velocidad –decía– permite anular el espacio y el tiempo, que son sus ingredientes. Más gracioso sería dominar la distancia y la tardanza sin correr: hacer el tiempo más pausado y el espacio más estrecho.
El atleta experimentó con relojes, […], sobornó a los cronometristas y postuló la implantación del metro Francese, una medida cuya longitud debió ser de unos sesenta centímetros”.
Mueve a risa, ¿no? Entonces es ridículo, cómo no podía cambiar la realidad de su marca, de más de cuatro segundos por arriba del record mundial, intentó cambiar la unidad de medida. Me suena a algo que pasó alguna vez en un país cercano –o demasiado cercano tal vez– con los índices de precios, pero no recuerdo bien ahora cual era ese país de fantasía.
En fin, el intento de Francese –así se llamaba el atleta imaginario de Dolina– no parece del todo incoherente. Si velocidad es distancia sobre tiempo, y la velocidad no se puede aumentar, lo lógico sería trabajar con las otras dos variables. Y aquí sobrevino la duda: algo “supuestamente” coherente, ¿puede ser ridículo también?
Inmediatamente me puse a escarbar en la palabra coherente, para ver que quería decir. Coherente viene también de una raíz latina, haerere, que significa estar unido. De esa misma raíz vienen otras palabras como por ejemplo: adherido. Coherente entonces es lo que tiene relación, lo que tiene conexión, lo que se corresponde, como en el caso de la lógica aplicada por este atleta mediocre a la fórmula de la velocidad. Siendo así, ciertas relaciones, ciertas conexiones, ciertas correspondencias, bien pueden producir risa.
Por ejemplo: coherencias que a esta altura son ridículas, o sea que causan gracia, podría ser tal vez el hecho de seguir aferrados a modelos económicos, o aplicar medidas, que demostraron ser ineficientes varias veces y en todo el mundo.
Además, esto de la coherencia y su relación con lo de adherido, me hizo pensar que también a veces lo coherente podría implicar el “quedar pegado”, y tal vez tener que subir al escenario en el cual he de dar un discurso con figuras que muchas veces son ridículas –nos mueven a la risa–, sólo porque ellos nos dieron su apoyo alguna vez, o levantaron manifestaciones con la misma violencia con la que antes ellos mismos las hacían. Ese apoyo, que tal vez ni siquiera pedimos, nos deja pegados, nos obliga a ser “coherentes”, aunque la forma en que esos personajes adheridos se comportan nos produzcan más ganas de llorar que de reírnos.
Por esto justamente, por las actitudes que nos dan muchas veces ganas de llorar en vez de ganas de reír, se me ocurrió además, que no sólo lo coherente puede ser ridículo, sino que no siempre lo incoherente es gracioso, o sea no siempre lo incoherente causa risa siendo ridículo, hay incoherencias que lo hacen a uno llorar, por ejemplo pretender que alguien invierta en un proyecto de infraestructura a largo plazo como energía, cuando los precios de lo que va a producir están congelados desde hace cinco años, aunque los costos no lo estén. Y las ganas de llorar, son porque todo el mundo opina, todo el mundo habla pavadas, nadie hace nada, y seguimos con escuelas sin calefacción, falta de luz en los hospitales, etcétera, etcétera. Así que me enredé.
Tendré mucho cuidado ahora al usar ridículo como sinónimo de incoherente, ya que hay coherencias que mueven a la risa también, y a esta altura son ridículas. Y también hay incoherencias que mueven al llanto más que a la risa, así que desde hoy voy a agregar a mi vocabulario la palabra llantículo, lo que mueve al llanto. Como para poder decir: “tus coherencias, o tus incoherencias, me dan ganas de llorar, son llantículas”.
Ojalá que nos dejemos alguna vez de jugar con fuego, con índices de precios, con supuestas “propiedades” de paseos públicos o de rutas, y nos pongamos a trabajar para que nuestros hijos puedan reírse, pero no de ridiculeces, de coherencias lamentables, o de incoherencias llantículas.
J. R. Lucks
Referencias:
(1) Crónicas del Ángel Gris. Alejandro Dolina. Grupo Editorial Planeta / Booket, 2003.
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