jueves, diciembre 06, 2007

06-12-07. Los números dicen lo que uno quiera

Me quedé bastante impresionado con el asunto éste de la consulta popular en Venezuela. Me pareció algo llamativo escuchar a alguien en una radio diciendo que el pueblo había hablado, y que había dejado claro que no quería la reforma. Como saben el No a la propuesta del Presidente Chávez ganó por algo así como un punto porcentual, aproximadamente 50.5% a 49.5%. Y es cierto, en una democracia es así, por esa diferencia se puede ganar y se puede decir que le pueblo habló. Ahora, hubo un 40% de gente que no voto. Por lo cual, sólo con que un mínimo porcentaje de esos no votantes hubiese ido, tal vez el resultado fuese otro totalmente diferente. Y de haber sido así, el ganador hubiese dicho lo mismo: el pueblo se expresó mayoritariamente… Lo cierto es que más que un pueblo que se expresó, tenemos: casi la mitad de la población sin interés en el asunto, y a la otra mitad dividida en dos bandos que si se juntan se sacan chispas. O sea que más que contento por un gran acto democrático, yo estaría preocupadísimo. Pero bueno los números son así.

En nuestro bienamado país se puede leer algo similar de los números de las elecciones. El que ganó sacó sólo 45%, o sea que la mayoría, más del 50%, realmente no lo quiere. Pero por otra parte ganó por la mayor diferencia desde que volvió la democracia. Teniendo esto en cuenta, realmente es la opción mayoritaria más consolidada cuando la comparamos con situaciones más bipolares que vivimos en otros años. Y, ¿cuál es la lectura? De alegría por la diferencia; de desazón por no haber llegado al menos a la mitad de la gente; o debería ser de preocupación también por tener un país en el que cada cual tira para su lado, y en vez de dos opciones hay cerca de una decena. Porque en esa línea de pensamiento, la diferencia entre la primera minoría y el resto se debe a que ese resto es prácticamente marginal, aunque justamente las personas que votaron esas propuestas no sean los que se consideran a sí mismos marginales.

En realidad esta introducción es para tocar el tema de que los números no son muy confiables; los números dicen lo que uno quiere, si se los tortura lo suficiente; engañan más de lo que aclaran. En esa línea de ideas les traje una demostración numérica de que en realidad sólo trabajamos unos pocos días por año, así que en este mes en el que hay tanto feriado y asueto, los que todavía no se decidieron a moverse apúrense porque se les acaba el tiempo. La demostración dice así, vayan anotando las cuentas para que vean que no hay trampa:

Para empezar, dormimos más o menos ocho horas por día. Eso es un tercio del día. Así que se puede decir que también es un tercio de nuestra vida, y por lo tanto un tercio del año. Todas esas horas representan más o menos 122 días, con lo cual, de los 365 anuales, sólo estamos despiertos y aptos para el trabajo unos 243.
Por otro lado, la semana tiene dos días no laborables para la mayor parte de la gente. ¿Cierto? Sábado y domingo o en su defecto algún día cambiado por un franco de entre semana. Como el año tiene 52 semanas, tenemos entonces 104 días de fin de semana. Restando esto de los 243 que me quedaban después de dormir, sólo sobran unas 139 jornadas realmente laborables. Esto es más o menos cuatro meses y medio.
Pero acá no termina, de hecho recién empieza. Cada año tiene más o menos trece feriados, y aparte, gozamos en general de quince días de vacaciones –aunque muchos en realidad tienen más días–, ahí tenés veintiocho días, los trece más los quince. Así es como se nos va un mes del tamaño de febrero entre feriados y vacaciones. O sea que de los cuatro meses y medio que me quedaban, sacando vacaciones y feriados, sólo restan tres y medio disponibles para trabajar. Lo cierto es que el medio mes, quince días, se te van entre los que uno pide para trámites, para días de estudio, enfermedad o para ir al médico, día femenino y masculino, etcétera. Restando esto, o sea sacando todo lo no laborable “grande”, no hay más tiempo para trabajar que tres meses por año.
El asunto es ahora el siguiente. Todos los días nos aseamos antes de salir, y en algún lado desayunamos, ahí se nos va en promedio hora y media. Después viajamos al trabajo, y con los líos de tráfico que hay hoy, ida y vuelta, como mínimo usamos del día un par de horas. En la oficina nos tomamos unos cuantos cafecitos, y seguro nos tomamos un tiempo para almorzar, o sea que dedicados al estómago en el trabajo nos llevamos otra hora y media. Sólo en estas cosas tenemos cinco horas por día. Eso es como 1.825 horas por año, o sea algo así como sesenta días. Dos meses. Si nos quedaban tres, y dos nos los pasamos en el baño, en un medio de transporte, comiendo, o charlando y tomando café, realmente disponibles para trabajar nos queda entonces un solo mes. Treinta hermosos días, como los calificaría mi amiga Ester.
Ahora, todavía no conté el tiempo en que miramos la televisión, o leemos, o le dedicamos al sexo, a los hijos, a la familia, a las novias y novios o a conseguirlos, a ir a la cancha, o a un museo, o a lo que se te ocurra. Les gusta ponerle a esto un par de horas por día. Un día una cosa, otro día otra cosa, pero más o menos le dedicamos un par de horas por día a alguna de las actividades de la lista que acabo de contar. Eso, por año, da 730 horas. Si transformo esas horas en días me da veinticinco. O sea que de los treinta sólo me quedan ahora cinco. Cinco días netos para trabajar por año. Una semana laboral real y concreta por año. Sinceramente no se de que nos quejamos.

Y bueno, es así, nos la pasamos quejándonos de que tenemos mucho trabajo, o de que el que gana las elecciones ganó por poco o por mucho. Yo diría: no nos quejemos tanto que cinco días por año de trabajo no son tantos, y que por mucho o por poco, la democracia que tenemos no deja de ser una bendición en comparación con otras. Siempre se puede mejorar, seguramente nuestra democracia mejorará, y con suerte, hasta puede ser que logremos trabajar menos de cinco días por año.


J. R. Lucks





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