Como ahora viene la época de los regalos, más allá de la religión que cada uno profese, nuestro querido capitalismo agnóstico, o aun ateo, se ha encargado de que casi todos nos regalemos algo. Por eso les traigo un cuento (a) que tiene que ver con regalos. Dice así:
El padre se enojó y gritó muy fuerte a su pequeña hija de 3 años por desperdiciar un rollo de papel de envoltura dorado. El dinero era escaso en esos días, por lo que explotó en furia cuando vio a la niña tratando de envolver una vieja caja de zapatos, para ponerla debajo del árbol de navidad.
Sin embargo, la niña le llevó el regalo a su padre la siguiente mañana y dijo:
–Esto es para ti, Papito.
El se sintió avergonzado de su reacción del día anterior, pero volvió a explotar cuando vio que la caja estaba vacía.
Volvió a gritarle diciendo:
–¿Acaso no sabés que cuando das un regalo a alguien se supone que debe haber algo adentro? Es muy cruel regalar una caja vacía.
La pequeñita volteó hacia arriba con lágrimas en los ojos y dijo:
–Pero, papito, no está vacía, yo puse besos adentro de la caja, todos para vos.
El padre se sintió morir; puso sus brazos alrededor de su niña y le suplicó que lo perdonara.
Se ha dicho que el hombre guardó esa caja dorada cerca de su cama por años y siempre que se sentía derrumbado, él tomaba de la caja un beso imaginario y recordaba el amor que su niña había puesto ahí.
Nadie podría tener una propiedad o posesión más hermosa que esta.
Golpe bajo, ¿eh? Pero es que así son lo verdaderos regalos, no por lastimar, sino porque a uno le llegan, a uno lo tocan los verdaderos regalos. No necesariamente el electrodoméstico, o la computadora, o incluso la botella, o el detalle comestible que también se suele regalar. Pero claro, una caja llena de besos, a menos de que la caja sea muy cara, no es negocio. No mantiene los negocios abiertos, no paga los sueldos. Pero bueno, son esos los regalos que nos hacen hacer memoria, los regalos de nuestros hijos, o de nuestros sobrinos o nietos nos hacen recordar la época en que éramos inocentes como ellos y regalábamos amor y cariño en lo que fuese. Dibujitos, o algún juguete querido que a veces envuelto en un papel madera o en un papel de diario se pudo haber transformado en el regalo más importante de nuestras vidas. Esos regalos que no sabes donde poner pero que seguro no se cambian. No tenés problema de que te guste el color o que el talle te entre. Cuántos portalápices de lata de tomates habrán decorado escritorios de grandes empresarios. Cuántos cuadritos hechos con palitos de helado se habrán colgado de las heladeras. Cuántas agarraderas pintadas con las manos habremos usado hasta que se quemaron irremediablemente.
En fin, me pareció interesante esto de volver un poco a esa inocencia sana, a esa maravilla del poder de la buena voluntad en contraposición con el poder de la tarjeta de crédito o de la campaña publicitaria. Así que para terminar, para aportar alguna idea que sirva para despertar esa inocencia que todos tenemos o tuvimos, les quiero dejar mi regalo (b), que tiene que ver un poco con esto y para que si pueden lo pongan en práctica. Dice así:
Estoy sentado leyendo mientras mi hijo de tres años, juega a mi alrededor.
-Papá -me dice -peráte, eperáte ahí.
Comienza a buscar locamente debajo de los muebles, en la cocina, debajo de mis pies. A mí, que me está dando curiosidad, me dan ganas de entrar a su juego, pero me contengo.
-¿Qué estás buscando?- le pregunto mientras lo sigo observando...-Perá, papá, eperáte- me dice mientras sigue alocadamente buscando.-¡Aca tá!- grita de repente.
Levanta algo del suelo y lo coloca sobre mi mano. Yo instintivamente la cierro apretando el objeto invisible e impalpable, y le sigo la corriente en un intento por entender de qué se trata.
-¡Garrála fuerte, pa! -Me ordena... - ¡Es una Idea!
Yo me quedo sentado, con la mano apretada para no dejar escapar el ‘tesoro’ que me acaban de confiar, y lo veo salir corriendo a tomar su caja de crayones y una hoja.
-¡Ahora vamos a pintar! -me dice con autoridad mientras levanta sus brazos expresivamente cual maestro de jardín de infantes. Toma sus colores, me pide que le devuelva la idea y que deje lo que estaba leyendo. Me mira para asegurarse de que estoy con él, y comienza a recrear el mundo con tan solo una idea y una hojita de papel.
Ojalá que en esta época de regalos nos animemos cada uno de nosotros a recuperar algo de esta inocencia, y a intentar un regalo de este tipo. Si no nos animamos, al menos sentarnos en la mesa familiar y recordar esos regalos que dimos o recibimos alguna vez. Seguro que nos va bien.
J. R. Lucks
Bilbiografía
(a) Cuento adaptado de un original publicado en la siguiente dirección web:
http://www.lecturasparacompartir.com/reflexion/lacajallenadebesos.html
(b) Cuento adaptado de un original de Celia Alviarez. publicado bajo el nombre de: La Chiqui
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