jueves, diciembre 13, 2007

13-12-07. Discursos capicúa, llantos y concursos de canto

Tenemos nuevas autoridades asumidas. Ya la semana pasada hablamos de lo que significaba asumir según la etimología, así que ahora es cuestión de esperar y ver que hacen. Pero por otro lado, todos, o casi todos los que asumieron, dieron discursos. Y los discursos de a asunción son en general bastante diferentes de los de campaña.

Entre todos los discursos que escuche quiero rescatar este. Porque si bien es un discurso muy corto, es impresionante. Dice así:

Cumpliremos con lo que prometemos
sólo los imbéciles pueden creer que
no lucharemos contra la corrupción
porque si hay algo seguro para nosotros es que
la honestidad y la transparencia son fundamentales
para alcanzar nuestros ideales
pese a eso, todavía hay gente estúpida que piensa que
se pueda seguir gobernando con las artimañas de la vieja política
cuando asumamos el poder, haremos lo imposible para que
comprendan desde ahora que
somos la "nueva política".

Ahora y tratando de recordar las frases que les leí, se los voy a leer al revés. Frase por frase de desde la última hasta la primera. Escuchen bien:

Somos la "nueva política"
comprendan desde ahora que
cuando asumamos el poder, haremos lo imposible para que
se pueda seguir gobernando con las artimañas de la vieja política
pese a eso, todavía hay gente estúpida que piensa que
para alcanzar nuestros ideales
la honestidad y la transparencia son fundamentales
porque si hay algo seguro para nosotros es que
no lucharemos contra la corrupción
sólo los imbéciles pueden creer que
cumpliremos con lo que prometemos.

Discurso capicúa, como esto de pasar los discos al revés para encontrar mensajes satánicos. El punto acá es que a candidatos como esos los ponemos nosotros en puestos públicos. Pero bueno, iremos mejorando y los iremos haciendo desaparecer. En todos lados hay políticos como estos y en todos lados logran engañar a la gente. Con el tiempo uno va aprendiendo y consiguen engañarlo menos. El asunto es la actitud con la cual se encara el problema. Acá tengo un cuento (a) que creo que a los argentinos nos debería ayudar. Dice así:

Un señor entra en un templo de la religión que más te guste, y en un asiento encuentra a otro señor llorando amargamente.
-¿Por qué, porqué a mi?... ¡No por favor, no!
El que acababa de entrar se siente incómodo, no quiere hacer ruido para no molestar al que llora. Trata de pasar desapercibido, pero los llantos del otro son demasiado fuertes. Termina por conmoverse y se acerca.
-¿Qué le pasa amigo?, ¿qué es lo tan terrible?, seguramente algo puede hacerse. ¿Qué es lo que llora tan amargamente?
-Es que me quieren dar una responsabilidad muy grande en mi empresa, y yo no la quiero bajo ningún punto de vista.
-¡Amigo!, pero eso no es tan irremediable. Renuncie a su empresa y listo.
-¡Oh no! Prefiero llorar.

Ridículo ¿no? Preferir llorar. “Argentinos a las cosas”, hubiese dicho Ortega y Gasset, y a dejarse de llorar. Y bueno, en mucho los argentinos preferimos llorar, o quejarnos sin realmente hacer nada. Y me parece que tiene que ver con esta creencia de que lo individual no hace a lo colectivo. Los argentinos nos perdemos muchas veces en un escepticismo basado en que si hacemos algo bueno no va a tener impacto, y actuamos creyendo que si hacemos algo malo no se va a notar. Y lo que termina pasando es lo contrario. Como nadie piensa que su “tirar un papelito”, o su “no pagar tal o cual impuesto”, no va a afectar a nadie, todo el mundo lo hace. En cambio con lo bueno y lo positivo, el efecto contagio nunca empieza porque nadie cree en eso. Traje un cuentito más (b) que creo nos pinta un poco este asunto.

Se produce en el bosque una gran discusión sobre quién era el que mejor cantaba. Como no podía llegarse a ninguna conclusión, el búho sabio propone llevar a cabo una votación. Cada uno de los animales, incluido el hombre, votará por el que crea que es el mejor cantor, y con eso quedará resuelto el dilema.
Llega el día de la elección, todos colocan su voto en la ranura de un viejo árbol seco, y por la tarde se reúnen para presenciar el recuento. El búho sabio, con la ayuda de unos monos va separando los votos y comienza a contar.
–Primer voto: ¡para el burro!
Todos se miran asombrados.
–¿Cómo puede ser?, si todos sabemos que el sonido que el burro emite es el más feo de todos.
El hombre que también había ido a presenciar el recuento mira al burro con desprecio y le dice:
–¡Que vergüenza! Nadie pudo haber votado por ti, seguro que votaste por ti mismo. Eso no se hace.
El búho llama a la calma y prosigue.
–Segundo voto: ¡para el burro otra vez!
Y el tercero, y el cuarto, y prácticamente todos los demás. No queda otro remedio que nombrar al burro como el mejor cantor del bosque, y por lo tanto dejarlo cantar sin poder pedirle que se calle o que siquiera baje el volumen de su canto.
¿Qué había pasado? ¿Qué locura había afectado a todos los animales?
En su viejo árbol, cuando ya la noche había caído, el búho sabio reflexionaba y comentaba con la comadreja.
–Yo sé lo que pasó mi amiga. Sólo espero que todos aprendan de esto. Convencidos de que cada uno iría a ganar, dieron su voto al burro creyendo que de esa manera no se lo daban a ningún potencial competidor.
Y ¿quiénes votaron entonces a la calandria y al hombre?, –preguntó intrigada la comadreja– ya que cada uno saco un voto.
–Muy fácil amiga. El voto de la calandria lo puso el burro, ya que como es lógico, él votó sinceramente, votó por el que creyó que canta mejor. En cuanto al voto que recibió el hombre: ¿te queda alguna duda de que fue él que se votó a sí mismo?

En fin. Ojalá aprendamos algo de estos cuentos, nos dejemos de llorar por cosas que sí podemos arreglar, y tengamos en cuenta que lo individual sí suma, así algún día no tendremos que preocuparnos por discursos capicúa.

J. R. Lucks


Bibliografía

(a) Cuento adaptado de un original publicado en 40 nuevas parábolas, de Víctor Codina. Ediciones Paulinas, 1993.
(b) Cuento adaptado de un original publicado en Recuentos para Demián, de Jorge Bucay. Editorial Nuevo Extremo, 1999.




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