Lo primero que vino a mi mente es que con sólo prender la televisión, la radio o la computadora, se pueden encontrar cientos de miles (¿estaré exagerando?) de empresas, personas y personajes públicos, dibujos animados y hasta animales que hablan (literalmente, no vaya a pensar que me refiero a seres humanos a los que se pudiese considerarse animales), que nos lo dicen.
“Compre esto y solucionará todos sus problemas”. “Método maravilloso para…”. “Sea feliz, utilice nuestro producto ocho veces por día y siéntase una estrella”, etcétera.
En una conferencia escuché, hace poco, que recibimos algo así como entre tres y cuatro avisos por minuto; lo que da la impactante cifra de dos millones al año (y eso que dormimos cerca de un tercio del día). Conclusión del disertante: “Esto es demasiado”.
Es probable que sea una exageración. La verdad es que estuve más de media hora escribiendo esto y en ese tiempo no recibí ningún aviso… ¿será porque estuve haciéndolo en vez de mirar la televisión, escuchar la radio o navegar por Internet con mi computadora?
El punto es que la credibilidad de los anuncios ha bajado: sea porque no siempre son sinceros, o porque como son tantos y nos insisten tanto, terminamos desconfiando.
De cualquier forma me fui a esas pequeñas piezas de literatura que para mí representan los refranes, a ver si encontraba algo que –sin querer venderme nada– me diera una pista. Así fue que me topé con este:
“No se sabe lo que es descanso, si no se conoce el trabajo”.
Claro, enseguida vino a mi mente esta forma de aprender a apreciar algo bueno: privarse de ello por un tiempo.
El que siempre descansa se cansa de no hacer nada, ¿no? Sólo el que trabaja, y se cansa, conoce el placer que significa quedarse un rato sólo mirando el horizonte (y no la televisión, porque en ese ínterin le van a vender algo para lo cual no tiene dinero, pero como se lo hacen desear tiene que volver a trabajar para comprarlo).
Muchos dirán que no suena a buen método –sobre todo en la actualidad, en la que “privarse de algo” está entre la lista de pecados mortales contra la teología del consumo total y constante. Pero que sirve, sirve.
En la misma línea de pensamiento, escarbando entre mi colección de refranes, dichos y proverbios, encontré este otro que también asegura:
“No hay mejor condimento que un poco de hambre”.
Versión digamos que “gourmet” del probablemente mucho más conocido y repetido:
“Para el hambre no hay pan duro”.
Hambre, para apreciar el sabor sencillo pero increíble de un buen plato de comida. Trabajo, para poder disfrutar en serio de un rato de descanso. ¿Demasiado descabellado?
Hace mucho, alguien que es tan parte de mi vida que sin ella respirar sería una tortura, me enseñó a tomar café sin azúcar para poder apreciar en serio el sabor del mismo. Claro que la primera taza fue un problema; pero la segunda menos, y la tercera pasó sin tanto drama hasta llegar el punto en el que para apreciar un café bien hecho, la falta de azúcar se transformó en un requisito.
No sé si “la falta de” sea algo del todo recomendable para aprender a realmente apreciar, al menos en la mayoría de las situaciones; de lo que sí estoy seguro es de que el extrañar, el añorar, el desear equilibradamente, son buenos antecedentes para un reconfortante disfrute.
Se dice que el ignorante es feliz (aplicado en el sentido de que si no sé de chocolate, y no sé lo rico que es, no sufro por no tenerlo). ¿Será que para poder disfrutar de las cosas habrá que no sólo no ser ignorante (y feliz por defecto) sino que además habrá que no excedernos en su consumo? ¿Será que tener tanto de todo hace que lo que tengamos no nos satisfaga, que no lo apreciemos, porque dejamos de saber lo que era no tenerlo?
¿Cómo se le enseña a un niño a disfrutar algo de esta forma sin ser cruel? ¿Cómo nos insertamos en un mundo de insatisfacción casi constante por tener demasiado, “predicando” que la falta eventual de algo es lo que realmente produce la posibilidad de disfrutar el tenerlo?
Preguntas para reflexionar. Cosas para pensar y masticar mientras no me tomo un mal café al paso, esperando que al llegar adonde voy alguien me tenga uno sin azúcar, que, después de no demasiado esfuerzo, logré realmente apreciar.
J. R. Lucks
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