Más allá de lo autobiográfico del poema, o de con o contra quién el autor y personaje se debatía, me llamó mucho la atención parte de la descripción inicial del protagonista humano:
“Un hombre trabajado por el tiempo,
…
un hombre que ha aprendido a agradecer
las modestas limosnas de los días:
el sueño, la rutina, el sabor del agua,
una no sospechada etimología,
un verso latino o sajón,
la memoria de una mujer que lo ha abandonado
hace ya tantos años
que hoy puede recordarla sin amargura
…”
La simplicidad de lo que puede –y debe– disfrutarse y por lo tanto agradecerse. Irónicamente Borges las llama las “limosnas” de todos los días.
Un hombre que ha aprendido a agradecer, se ha hecho hombre. Se ha dado cuenta de que “todo” esta fuera, y que él, para ser, tiene que ponerse fuera de sí, hacia los otros, hacia los que reciben el agradecimiento.
¿A quién se le agradece el sueño, la rutina, el sabor del agua…? Quién sabe a quién, pero no es a uno mismo.
La simpleza del sabor del agua o del sueño, para los que los tenemos, un valor totalmente subvaluado en comparación con lo que trabajamos para conseguir alguna bebida con sabor a quién sabe qué, siempre y cuando nos adormezca en el proceso de ingerirla; y no necesariamente para acceder al sueño, sino para poder perder el control sin vergüenza.
Poder agradecer la rutina, la buena rutina, la rutina de hacer las cosas bien y poder seguir haciéndolas. La rutina del buen trabajo, la rutina del buen amor, de la familia. No la mala rutina de la soledad, del estar rodeados de mucha gente sin estar acompañados por nadie, la que terminamos construyendo por no querer entrar en la buena rutina del compromiso con otro.
El inmenso placer que da lo que a uno le apasiona: para Borges –y para mí también– una etimología o un poema. Con eso alcanza ¿no?, o hace falta que la etimología me la lean en un teatro, o en un estadio, lleno de luces y de olores a cigarrillos que no sólo hacen mal a los pulmones. ¿Cuál es la pasión?, el poema, el estadio, o el cigarrillo.
El poder agradecer el olvido, el recuerdo que de tanto haber pasado ya no duele, ya no amarga.
Que bueno sería poder agradecer sin tener que estar frente a la muerte. Que bueno poder hacerlo sin tener que tener muchísimos años. Es muy probable que lo que planteo sea demasiado utópico. Es probable que lo que quiero no sea posible.
Nos la pasamos –al menos yo me la pasé– gran parte de la vida queriendo llegar a lugares para darme cuenta después de haber llegado que lo divertido era ir acercándome; que lo que debía agradecer era la posibilidad de ir, no el hecho de llegar.
Por suerte la vida sigue presentando opciones, por suerte me imagino que dentro de un tiempo podré disfrutar del recuerdo de algo que ahora no puedo agradecer todavía, aunque se lo merezca. Agradezco el saber esto, aunque no lo entienda. Agradezco a Don Jorge por haber escrito ese poema para mí, aunque él no lo supiera. Agradezca, que también lo escribió para usted, ¿sabía?
J. R. Lucks
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1 comentario:
Hola, como va? Siempre interesante lo que planteás, siempre.
Borges decía que era una casualidad que nosotros lo leyéramos y él quien escribiera las líneas.Muy Borges y también muy nuestro, no?
Es cierto, lo que importa es ir hacia, independientemente del llegar Digo no es que no me importe llegar,pero el ir yendo, el vamos viendo me gusta y me genera mucha adrenalina.
No me quiero ir por las ramas, al final del poema Borges habla de una mujer que lo abandonó y dice que fue hace tantos años que puede recordarla sin amargura.
Qué palabra: amargura...
No dice dolor, pena, dice amargura.Y vos lo rescatás.Y decís poder agradecer el olvido.
Y sí , es olvido, pero la amargura..Guau!
Gracias por estos regalos semanales.
Me quedé con el término. Y recién es sábado por la tarde.
Hasta siempre!
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