domingo, abril 26, 2009

Un tonto rey imaginario, o no

Hay una letra de Sui Generis, entre tantas otras, que me impactó violentamente cuando la escuché. Aún hoy, cuando la sigo escuchando, tratando de entender, figurándomela, me impresiona, me afecta, me mueve.

El tema en cuestión se llama “Tribulaciones, lamentos y ocaso de un tonto rey imaginario, o no”, y comienza así:

Yo era el rey de este lugar,
vivía en la cima del colina,
desde el palacio se veía el mar,
y en el jardín la corte reía,
teníamos sol, vino a granel,
y así pasábamos los días.
Tomando el té,
riéndonos al fin…

Agradable, interesante, deseable. Es un tema escrito a principios de los 70. Hace ya más de treinta y cinco años. Seguramente una época menos agitada que la que vivimos hoy… o tal vez no. No al menos en el país en el que se escribía esta canción.

En esa época el palacio era tal vez un departamento de múltiples ambientes en una gran avenida. Hoy es el balcón del piso superior de la casa en el club de campo. ¿Quién sabe? Pero más allá de cuál era o es hoy esa colina que pone al relator en perspectiva de ver desde lejos, algo pasaba en ese reino:

Yo era el rey de este lugar,
aunque muy bien no lo conocía,
y habían dicho detrás del mar,
el pueblo entero pedía comida.

Hoy tal vez no es ni el piso de lujo del edificio, ni la casa en las afueras… tal vez es el auricular que nos ponemos para escuchar música y no sentir a nadie más; o tal vez es el programa de chismes para no escuchar el de política; o es el de bailes y patinajes para no ver el de investigación; o es algo suave para evitar la dureza de la realidad.

No sé cuantos en los 70 no sabían que había un pueblo que pedía comida (real o figurativamente), pero me da la sensación de que hoy somos más. Pueblos que piden alimentos, educación, salud, los mismos derechos que el resto, viajar como personas y no como bestias… piden, y piden.

El problema del rey no era que le pedían. Eso lo tenía resuelto: no prestaba atención.

No los oí.
Que vil razón,
les molestaba su
barriga.

El problema del rey fue la forma en que le terminaron pidiendo:

Yo era el rey,
de este lugar,
hasta que un día,
llegaron ellos.
Gente brutal,
sin corazón,
que destruyó,
el mundo nuestro.
Revolución.
Revolución.

No pidieron escribiendo con letra cursiva en un papel carta de colores pastel. O tal vez sí empezaron así, pero nadie recibió la misiva, y si la recibió no la leyó. En la poesía que da letra al tema, hubo revolución, arrebato, muerte, sangre, violencia, usurpación, despojo…

Tendremos que seguir escuchando temas como este por mucho tiempo más sin entender lo que nos quieren decir. Ahora que estamos en una época de revivir pasados, que tantos grupos salen de los geriátricos para volver a dar su último recital (no lo critico, me parece fantástico), ¿por qué no los escuchamos?, en vez de sólo oírlos y saltar como desaforados esperando una mágica reconversión nostálgica de nuestra edad.

Hace más de tres décadas ya alguien nos decía que no seríamos más que un tonto rey imaginario si pretendíamos seguir viviendo en una burbuja de fantasía. ¿O es que todos creímos que se le hablaba a otro?
Hoy, treinta y pico de años después, nos asombramos de que nos pasen algunas cosas de las que le pasaron al rey de la canción.

¿Dejaremos que dentro de treinta les pasen cosas peores a nuestros hijos? ¿Nos terminará ocurriendo lo que al tonto rey imaginario?:

Yo era el rey,
de este lugar.
Tenía cien capas,
de seda fina,
y estoy desnudo,
si quieren verme,
bailando a través
de las colinas.

Me dirán que nadie, por sí solo, puede cambiar una realidad como esta. Me dirán que es muy fácil escribir y nada más… y es probablemente cierto (aunque no pueden saber si escribo y nada más); pero me parece que hoy estamos tan metidos en nuestros palacios que, si ni siquiera nos decimos esto a nosotros mismos, es mejor ir vendiendo las capas antes de que nos las arrebaten.

Hay vidas, tal vez, ridículas, pero que incluyen excepcionales momentos de lucidez. Dejemos de celebrar la ridiculez y rindamos honor, con acciones concretas, a esas lúcidas y maravillosas pinceladas de sabiduría que nos dejan algunos poetas.}



J. R. Lucks


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domingo, abril 19, 2009

Perder y encontrar

Encontré este refrán hace un tiempo y me puso a pensar. Dice así:

“No sabes lo que tienes hasta que lo pierdes, pero tampoco sabes lo que te has estado perdiendo hasta que lo encuentras”.

Cuanta razón en la primera parte. Así somos lamentablemente, en muchos casos aprendemos a apreciar lo que tenemos cuando dejamos de tenerlo.

¿Por qué es esto? Yo creo que tiene que ver con que en realidad no hay nada ni bueno ni malo. O más bien, todo tiene algo bueno y algo malo a la vez.

Por ejemplo, es muy bueno ser ordenado, pero también es cierto que muchas veces los ordenados no son espontáneos, o son predecibles y por lo tanto aburridos en algún aspecto, son rutinarios (porque todo está siempre en su lugar o se hace a la misma hora).

Virtud y defecto son muchas veces -casi todas las veces- dos caras de la misma moneda.

Cuando tenemos algo, damos lo bueno de ese algo por garantizado, y nos molesta lo malo. Al perderlo, lo que extrañamos es sólo lo bueno, que ahora nos falta; olvidamos lo malo, porque cuando no está no nos molesta.

No es un problema de ingratitud, es un problema de memoria. Apreciamos las cosas cuando se pierden porque al estar perdidas no nos acordamos de lo molestas que eran las contracaras de las virtudes que disfrutábamos sin darnos cuenta.

¿Entonces?, cuando algo está perdido, ¿es sólo cuestión de recordar que no debería ser tan apreciado ya que también tenía defectos? Puede ser una solución para sufrir menos. Pero lo más lógico sería poder encontrar en los defectos de lo que tenemos la contracara de la virtud que representan, antes de perderlo.

Esto me hace recordar otra frase famosa:

“Cuidado con lo que se pide, porque te lo pueden otorgar”

Si se pide un ordenado se está pidiendo también un probable aburrido, predecible, falto de espontaneidad. No es un problema de ingratitud, ni de memoria, es un problema de lógica, de coherencia, de razón. No se puede ser ordenado con algunas cosas y no con otras, como no se puede ser espontáneo para las salidas, pero metódico para pagar las cuentas o llevar el balance de la chequera. Simple y sencillamente hay que tener cuidado con lo que se pide o se busca.

Pero fue la segunda parte del refrán la que más me impactó, el hecho de no saber lo que uno se está perdiendo hasta encontrarlo.

Tiendo yo a ser un fanático del control, y frases como estas me ponen nervioso porque implican que no lo tengo. Si no sé lo que me pierdo hasta encontrarlo, ¿cómo saber lo que hay que buscar?, ¿cómo saber que hay que buscar algo? Preocupante, al menos para mí.

Yo sabía otra cosa en cuanto a este asunto, y tiene que ver con la felicidad que produce la ignorancia. Si no sé lo bueno que es algo, no sufro por no tenerlo. Fácil, podría decirse que hasta económico. No sé, no sufro. Así vivimos muchos, desgraciadamente, en un montón de aspectos. Así nos hacen vivir, en algunos casos, gobernantes y guías de la comunidad cívica o religiosa. Así educamos hijos por demasiadas generaciones.

La ignorancia es fuente de felicidad. Si sabemos que algo es bueno tenemos que conseguirlo, eso requiere un esfuerzo, y eso no es ser feliz en esta moderna época en la que nos toca vivir. A pesar de esto, nuestra bienamada sociedad de consumo está constantemente mostrándonos de lo que nos perdemos al no tener el último modelo de auto, o el par de zapatillas perfecto, o el televisor para el cual hay que agrandar la sala de estar porque es demasiado inmenso. Nos promete felicidad para cuando tengamos lo que nos quiere vender, pero apenas compramos nos hace infelices de vuelta por alertarnos de que hay algo nuevo que nos estamos perdiendo, o por el esfuerzo que tenemos que hacer por conseguirlo.

No, no es así, la ignorancia no es fuente de felicidad. Es verdad que en muchos casos el no saber nos mantiene en un estado de felicidad, o al menos de ilusión de felicidad. Es probable que ser ignorante de qué tan bueno sea caminar o correr con el último modelo de zapatillas sea una felicidad que podemos darnos el lujo de tener, a pesar de que este pensamiento sea sacrílego para la religión del consumo masivo. Pero sacando esto, la felicidad que produce la ignorancia no es la que debemos perseguir.

Es cierto que cuando sé que estudiando voy a llegar a cierto nivel en el que voy a disfrutar de lo que aprendí, hasta llegar allí voy a tener que esforzarme, y por lo tanto no voy a gozar de la tranquilidad y paz de la felicidad ignorante. Pero el refrán tiene razón, no sé de lo que me pierdo hasta que no llego, y para llegar hay que ir.

Entonces mi pregunta anterior era relevante: ¿dónde ir?, si no sé de lo que me estoy perdiendo. La respuesta es: a todos los lugares posibles. Hay dos o tres mil años de historia previa en cuanto a lugares donde hombres y mujeres han ido en busca de felicidades que tal vez encontraron o tal vez no. El saber, el esforzarse, el buscar la verdad, el conocer, el entender, son cosas que seguramente son buenas, y que nos perdemos si no intentamos.

La felicidad se alcanza en la inconciencia, no en la ignorancia. Aprendo que algo es bueno y no lo tengo, entonces sufro por no tenerlo. Pero me esfuerzo, trabajo para conseguirlo. El proceso es duro, no soy del todo feliz tratando de conseguir lo que busco porque es trabajoso, complejo, arduo. Finalmente lo logro, lo disfruto, lo doy por hecho, lo incorporo a mi vida, lo transformo en algo inconsciente, lo practico o lo uso inconscientemente. Nuevamente soy feliz. Pero un inconsciente feliz, no un ignorante que cree ser feliz.

Y volvimos así a la primera parte del refrán, en este estado de inconsciencia, sólo nos damos cuenta de lo que tenemos cuando lo perdemos. ¿Paradójico?

Cada uno debe decidir donde quiere estar. En la ignorancia, en la inconsciencia, en la ingratitud, en la coherencia de entender que lo bueno siempre tiene algo malo y por lo tanto es probable que la felicidad no deba buscarse ni en el ignorante inicio del camino, ni en el inconsciente final del mismo, sino en el esfuerzo y en la búsqueda por mejorar que representa el moverse constantemente. Tal vez la felicidad deba buscarse sólo en el vivir, en el ir, no en el haber llegado, ni en el antes de empezar.



J. R. Lucks



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domingo, abril 12, 2009

Ser sólo gato es triste.

Pablo neruda escribió una vez un poema al cuál puso por título: “Oda al gato”(1). Su segunda estrofa dice así:

El hombre quiere ser pescado y pájaro,
la serpiente quisiera tener alas,
el perro es un león desorientado,
el ingeniero quiere ser poeta,
la mosca estudia para golondrina,
el poeta trata de imitar la mosca,
pero el gato
quiere ser sólo gato
y todo gato es gato
desde bigote a cola,
desde presentimiento a rata viva,
desde la noche hasta sus ojos de oro.


Y siempre que lo leo me pregunto: más allá de los verdaderos gatos, ¿quedarán gatos en este planeta?

¿Habrá alguien que quiera ser lo que es y nada más?, alguien que no piense en inflarse los labios, relleranse alguna parte del cuerpo, ser más alto, o más bajo, o más flaco, o más musculoso, etcétera, etcétera.

El gran pecado de la actualidad es no querer nada… ser gato. Si no se quiere nada, si no hay nada que comprar, ningún servicio o tratamiento que adquirir, ningún libro de autoayuda que leer… nada… si no se quiere nada: se es nada; al menos para el mercado.

¿Será así? ¿Nos habremos transformado en inconformes constantes, o nos habrán transformado en eso?

Pero, por otro lado, no está mal querer mejorar, querer ser más. No me refiero a inflarse los labios o comprarse una faja reductora, me refiero a estudiar, a progresar. No querer ser lo que uno es, porque se puede ser más de lo que uno es.

El motor de la humanidad han sido los ideales de mejora, que no siempre nos han mejorado, pero que de todas formas nos llevan hacia adelante aunque más no sea en zig-zag.

Entonces, ¿es bueno o es malo ser como el gato de Neruda? Depende. A mi los gatos no me gustan, así que prefiro ser como el hombre del poema que quiere nadar y volar; o como el ingeniero, que aparte quiere ser poeta.

El gato de Neruda parece estar orgulloso de ser lo que es, y nada más. No está mal ser orgulloso de lo que uno es y ha logrado, pero: ¿por qué nada más? ¿Por qué no pretender algo más sin dejar de ser, o disfrutar lo que se tiene?

Estoy hablando del tan mentado punto de equilibrio. Muchísimo más difícil de encontrar que otros puntos famosos, como el G.

Querer más pero no inútilmente. Querer ser otra cosa pero no sólo por vanidad. Querer mejorar en verdad, no solamente aprarentar mejoría.

El poema de Neruda comienza insinuando que el gato sólo quiere ser lo que es porque: “nació completamente terminado, camina solo y sabe lo que quiere”. Me resulta triste.

El hombre no nace terminado, tiene el derecho y la obligación de terminarse, eso se llama vida, y cueste lo que cueste es lo divertido de andar dando vueltas por este mundo.

El hombre no camina solo… no puede… no debe. El hombre se acompaña, y eso hace la vida mejor, más completa, más rica, más entretenida… más vida.

El hombre no sabe lo que quiere. Es verdad que eso angustia un poco, pero es que el hombre es libre de querer lo que sea, y en esa infinitud de cosas y destinos que puede querer, es que no sabe lo que quiere hasta que se decide a querer algo, eso es lo fenomenal de ser libre, y de ser hombre.

Menos mal que no somos como los gatos, sería más fácil tal vez… pero creo que sería triste.


J. R. Lucks



Referencias:
(1) “Oda al Gato” es un poema de Pablo Neruda incluido en su obra Navegaciones y regresos, publicado por Editorial Losada, en1959.



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domingo, abril 05, 2009

La experiencia ajena si sirve

Hay refranes que suenan bien. Es más, algunos de ellos son tan probados que nadie duda de su veracidad. Aún así, algunos de estos son totalmente inútiles, o inaplicables como consejo. Uno de estos es:

“La experiencia ajena no le sirve a nadie”.

Todos sabemos que esto es cierto. Pero lo decimos desde nuestra propia experiencia, ya que si la ajena no le sirve a nadie, no podemos fundamentarlo en experiencias de otros. Entonces, por ser un conocimiento adquirido por experiencia propia, no tiene sentido compartirlo, ya que nuestra experiencia no va a servirle a nadie más.

He repetido esta frase muchas veces en mi vida, y cada vez que termino de decirla me pregunto: ¿para qué?, si el que la acaba de escuchar tiene en mi propia boca la justificación para no hacerme caso.

Es una frase para justificar un fracaso, no para evitarlo: “Yo le dije, pero como la experiencia ajena no le sirva a nadie…”.

O para desanimar a alguien: “No insistas en querer explicarle, la experiencia ajena no le sirve a nadie”.

Pero no es verdad. Lo que no le sirve a nadie es justificarse o dejar de intentar. Bajar los brazos, y usar refranes para descargarse de culpa, es lo inútil.

Yo sé que suena a lucha contra molinos de viento o a juego de palabras, pero por qué no seguir probando. Si la experiencia de no haber tenido éxito en convencer a otros no sirve –en eso se basa la supuesta verdad del refrán– por qué tomarlo como inhibidor de seguir intentando, si no sirve… pues no sirve.

Seguramente es difícil. Seguramente requiere de mucha inteligencia emocional. Es muy probable que las probabilidades de lograr algún éxito sean ínfimas, pero eso no desanimó nunca a científicos que descubrieron cosas como la penicilina, o el filamento incandescente, o la fusión nuclear.

Los científicos tienen una visión distinta de este tema. La experiencia ajena sí les sirve, la toman como base para seguir por otros caminos cuando los anteriores demostraron ser inútiles. No hay muchos investigadores que vayan a probar el mismo compuesto que dio resultados negativos en una prueba anterior, al menos no en las mismas condiciones.

Un libro que me resultó notablemente interesante se llama: Eureka. Descubrimientos científicos que cambiaron el mundo (1). Este libro, como su título lo indica, relata historias de científicos y descubrimientos que han ido alterando la vida de todos nosotros desde las cavernas hasta el Internet inalámbrico. El autor dice entre otras cosas lo siguiente:

“‘La fortuna favorece la mente preparada’, dijo el químico francés Louis Pasteur, y el científico francés Bernard Fontenelle observó: ‘estos golpes de suerte son sólo para los que juegan bien’. Pero puede preguntar el lector, ¿Qué tipo de preparación exactamente? Para empezar, una mente preparada es una mente curiosa, abierta […]

Todos estos científicos tienen en común la capacidad de obtener inspiración de muchas fuetes diversas, y aparentemente no relacionadas.

En otras palabras todos estos hombres son grandes sintetizadores. ‘La activación repentina de una conexión efectiva entre dos conceptos o ideas, que antes no estaban relacionados, no es un caso simple de intuición’, señalaba el psicólogo D. O. Hebb.

En tanto que exploradores, la mayoría de los científicos cuyo perfil aparece en este libro fueron muy adaptables. Si sucedía que la ruta que tomaron inicialmente estaba bloqueada, en lugar de abandonar buscaban otra.

No sirve de nada que una oportunidad le salte a uno a la cara si uno no la ve como lo que es, o no sabe como sacarle partido. Esto es algo que sólo puede hacer una mente preparada.

Sin la capacidad de comprender el problema es difícil encontrar una solución”.

Creo que es una buena colección de citas. La experiencia es experiencia, ¿a quién le importa que sea ajena? Fuentes diversas no relacionadas como fuente de inspiración, perfiles adaptables, rutas cerradas que sólo incitan a seguir otras, avidez por conocer y saber, no mezquindad en el aprender según de dónde venga el conocimiento.

La experiencia ajena si sirve, a la mente preparada, al que tiene tantas ganas de conocer, al que acepta todo con tal de llegar a la solución correcta. La sabiduría que otros construyeron es el escalón que permite llegar más alto, ¿por qué desecharlo?

Creo que la respuesta a la pregunta que acabo de hacer tiene que ver con nuestro ego. Si no entendemos el problema no vamos a encontrar la solución, como sugiere el autor del libro que estoy citando. El problema con la experiencia ajena no es que no sirva, es que no la tenemos en cuenta porque es ajena. Para poder resolver el problema de uso de la experiencia ajena, hay primero que encontrar una solución a al verdadero problema de autosuficiencia y engreimiento.

Los seres humanos somos únicos, no necesitamos encerrarnos en nosotros mismos para reforzar esa idea. Abrirse a la experiencia ajena es crecer más rápido. Los científicos, motivados seguramente por su necesidad de saber más y más, son capaces de utilizar la experiencia ajena. ¿Será esta una experiencia que podamos tomar en cuenta?... a pesar de ser de otros…



J. R. Lucks


Referencias:
(1) Eureka. Descubrimientos Científicos Que Cambiaron El Mundo. Leslie Alan Horvitz, Ediciones Paidós Ibérica, 2003.


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