El tema en cuestión se llama “Tribulaciones, lamentos y ocaso de un tonto rey imaginario, o no”, y comienza así:
Yo era el rey de este lugar,
vivía en la cima del colina,
desde el palacio se veía el mar,
y en el jardín la corte reía,
teníamos sol, vino a granel,
y así pasábamos los días.
Tomando el té,
riéndonos al fin…
Agradable, interesante, deseable. Es un tema escrito a principios de los 70. Hace ya más de treinta y cinco años. Seguramente una época menos agitada que la que vivimos hoy… o tal vez no. No al menos en el país en el que se escribía esta canción.
En esa época el palacio era tal vez un departamento de múltiples ambientes en una gran avenida. Hoy es el balcón del piso superior de la casa en el club de campo. ¿Quién sabe? Pero más allá de cuál era o es hoy esa colina que pone al relator en perspectiva de ver desde lejos, algo pasaba en ese reino:
Yo era el rey de este lugar,
aunque muy bien no lo conocía,
y habían dicho detrás del mar,
el pueblo entero pedía comida.
Hoy tal vez no es ni el piso de lujo del edificio, ni la casa en las afueras… tal vez es el auricular que nos ponemos para escuchar música y no sentir a nadie más; o tal vez es el programa de chismes para no escuchar el de política; o es el de bailes y patinajes para no ver el de investigación; o es algo suave para evitar la dureza de la realidad.
No sé cuantos en los 70 no sabían que había un pueblo que pedía comida (real o figurativamente), pero me da la sensación de que hoy somos más. Pueblos que piden alimentos, educación, salud, los mismos derechos que el resto, viajar como personas y no como bestias… piden, y piden.
El problema del rey no era que le pedían. Eso lo tenía resuelto: no prestaba atención.
No los oí.
Que vil razón,
les molestaba su
barriga.
El problema del rey fue la forma en que le terminaron pidiendo:
Yo era el rey,
de este lugar,
hasta que un día,
llegaron ellos.
Gente brutal,
sin corazón,
que destruyó,
el mundo nuestro.
Revolución.
Revolución.
No pidieron escribiendo con letra cursiva en un papel carta de colores pastel. O tal vez sí empezaron así, pero nadie recibió la misiva, y si la recibió no la leyó. En la poesía que da letra al tema, hubo revolución, arrebato, muerte, sangre, violencia, usurpación, despojo…
Tendremos que seguir escuchando temas como este por mucho tiempo más sin entender lo que nos quieren decir. Ahora que estamos en una época de revivir pasados, que tantos grupos salen de los geriátricos para volver a dar su último recital (no lo critico, me parece fantástico), ¿por qué no los escuchamos?, en vez de sólo oírlos y saltar como desaforados esperando una mágica reconversión nostálgica de nuestra edad.
Hace más de tres décadas ya alguien nos decía que no seríamos más que un tonto rey imaginario si pretendíamos seguir viviendo en una burbuja de fantasía. ¿O es que todos creímos que se le hablaba a otro?
Hoy, treinta y pico de años después, nos asombramos de que nos pasen algunas cosas de las que le pasaron al rey de la canción.
¿Dejaremos que dentro de treinta les pasen cosas peores a nuestros hijos? ¿Nos terminará ocurriendo lo que al tonto rey imaginario?:
Yo era el rey,
de este lugar.
Tenía cien capas,
de seda fina,
y estoy desnudo,
si quieren verme,
bailando a través
de las colinas.
Me dirán que nadie, por sí solo, puede cambiar una realidad como esta. Me dirán que es muy fácil escribir y nada más… y es probablemente cierto (aunque no pueden saber si escribo y nada más); pero me parece que hoy estamos tan metidos en nuestros palacios que, si ni siquiera nos decimos esto a nosotros mismos, es mejor ir vendiendo las capas antes de que nos las arrebaten.
Hay vidas, tal vez, ridículas, pero que incluyen excepcionales momentos de lucidez. Dejemos de celebrar la ridiculez y rindamos honor, con acciones concretas, a esas lúcidas y maravillosas pinceladas de sabiduría que nos dejan algunos poetas.}
J. R. Lucks
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