Tampoco es bueno el ser idiota por no querer contribuir a la sociedad aunque más no sea desde lo básico, desde lo que tiene que ver con los que comparten con nosotros el mismo techo, o la misma oficina, pero mucho peor es ir en contra de la misma, destruyéndola, corrompiéndola, ensuciándola. ¿Será que a veces no sólo no contribuimos con nada, sino que además destruimos lo que hay a nuestro alrededor?, ¿seremos tan idiotas?
Como dije en la columna anterior, idiota viene deriva del griego idiōtēs, y significa falto de capacidad –no desde la instrucción para hacerlo sino desde la voluntad para ello– para los asuntos que tienen que ver con la comunidad, originalmente con la polis griega, que era donde se usaba ese término.
No se empleaba necesariamente como un insulto, sino que era un término descriptivo de la situación de una persona. Obviamente, para un buen ciudadano de una polis griega, ser un idiōtēs no era ningún mérito, pero como digo, la palabra no se usaba necesariamente en forma peyorativa.
En nuestras lenguas modernas este significado original termina derivando en: persona normal y corriente, persona sin educación o ignorante. También se ha definido idiota como lego, que en una de sus acepciones quiere decir: falto de instrucción en una materia determinada; con sinónimos como: ignorante, profano, desconocedor, inculto, iletrado, analfabeto; y antónimos como: enterado, ducho, versado.
La tercera acepción del diccionario de la Real Academia Española (RAE) dice de idiota: tonto, corto de entendimiento. Y la cuarta: que carece de toda instrucción. Idiota también quiere decir según la RAE: engreído sin fundamento para ello.
Por último, nos queda el significado que tiene que ver con la salud mental. Idiota es el que padece de idiocia, que es un trastorno caracterizado por una deficiencia muy profunda de las facultades mentales, congénita o adquirida en las primeras edades de la vida.
En gran parte de los casos la idiocia es una enfermedad de nacimiento, sea por causas hereditarias o por trastornos durante la gestación. Los otros casos son provocados por accidentes cerebrales: golpes, ausencia de oxígeno en el cerebro, lobotomía. Se la considera incurable y sus efectos son difícilmente reversibles, es el retardo mental más agudo.
Los síntomas de los afectados suelen ser la inmovilidad, adolecen incontinencia de los esfínteres, babean, suelen ser mudos o sólo emiten sonidos sin sentido, son en general asociales y no tiene noción del mundo exterior.
No es esta la definición de idiota que estoy usando, aunque el término se utilizó para describir una afección que de alguna forma, lamentablemente para los que la padecen, describe la conducta o el estado de alguien que no puede ser útil a otros, como también, más desde lo social que desde lo físico, describe a los idiōtēs griegos.
Tanto en esta columna como en la anterior, cuando uso la palabra idiota, no lo hago tampoco en forma peyorativa. Me refiero al que por estar tan ensimismado, por mirarse sólo o mayormente a sí, no es capaz de contribuir a la sociedad en la que vive. Me refiero al que no es capaz de aportar a la comunidad porque no quiere, porque decide no hacerlo.
No estoy hablando de los que no pueden contribuir por no haber tenido la instrucción, o por estar privados por exclusión. Esta gente, que lamentablemente es cada día más en el mundo en el que vivimos, es justamente la que reclama de nosotros que no seamos idiotas, y tienen razón en hacerlo. Su exclusión, sus eventuales incapacidades y sus privaciones no son elegidas por ellos. Seguramente en algunos casos pueda haber algo de responsabilidad propia, pero lo cierto es que en la mayoría de los casos están en callejones sin salida para ellos. No tienen otras opciones. Los que estamos fuera de esos callejones somos los que, si no fuésemos tan idiotas, deberíamos ayudarlos a salir.
El idiota moderno al que me refiero, no al que padece idiocia sino el que decide serlo, es un ser que no se dedica a lo público porque no desea aportar nada al otro. Sólo se dedica a lo privado, a su satisfacción personal ya que no le interesa aportar a un fin superior a él o ella, al crecimiento de la comunidad, del grupo, del pueblo, de la ciudad. Su mundo empieza y termina en sí mismo, en sus necesidades, básicas obviamente, ya que las que tienen que ver con la comunidad, que también son necesidades propias aunque no las reconozca, tienen que ser satisfechas por otro que sí tenga capacidades o voluntades desarrolladas para tal fin. El idiota que cree que sólo puede o debe satisfacerse a sí mismo, moriría si no hubiese otras personas, no idiotas, aplicándose a lo que él no se dedica. Pero es que el idiota por decisión está tan ensimismado que probablemente ni sepa que esto es así.
El modelo económico social en el que vivimos tiene desgraciadamente mucho que ver en esto. Al menos yo pienso así. No es que crea en una conspiración global de los mercados, pero sí creo que es un efecto secundario de la forma en que nuestras economías se comportan. El daño a la ecología es algo similar. El agujero de ozono no se hizo porque cientos de miles de personas conspiraron para perforarlo usando desodorantes en aerosol, y el calentamiento global no se produjo porque un grupo de enfermos terroristas decidieron emitir gases contaminantes, ocurrió porque la sociedad no se fijó, al menos hasta ahora, en los efectos secundarios de una industrialización que llevó las cosas un poco más allá de lo que el planeta aguantaba.
El individualismo que idiotiza, en el sentido que los griegos le daban, tiene que ver con esto también. Un gran autor en mi opinión, Eric Fromm (1), decía esto hace algunos años:
“El capitalismo moderno necesita hombres que cooperen mansamente y en gran número; que quieran consumir cada vez más; y cuyos gustos estén estandarizados y puedan modificarse y anticiparse fácilmente. Necesita hombres que se sientan libres e independientes, no sometidos a ninguna autoridad principio o conducta moral, a los que se pueda guiar sin recurrir a la fuerza […].
¿Cuál es el resultado? El hombre moderno está enajenado de sí mismo de sus semejantes y de la naturaleza”.
¿Cómo es que nos pasa esto?, ¿cómo nos vamos enajenando y cerrando sobre nuestro sí?, ¿cómo nos va idiotizando este mundo en el que vivimos?, ¿cómo nos vamos enterrando en una soledad que termina por abrumarnos, y que nos hace salir a buscar relaciones casuales, o a transformar a otras personas en objetos “consumibles” para sentir que no estamos solos? Fromm propone algunas ideas:
“Nuestra civilización ofrece muchos paliativos que ayudan a la gente a ignorar conscientemente esa soledad: en primer término la rutina del trabajo burocratizado y mecánico, que ayuda a la gente a no tomar conciencia de sus deseos de sus deseos humanos mas fundamentales, del anhelo de trascendencia y unidad.
En la medida en que la rutina sola no basta para lograr ese fin, el hombre se sobrepone a su desesperación inconsciente por medio la rutina de la diversión, la consumición pasiva de sonidos y visiones que ofrece la industria del entretenimiento; y además, por medio de la satisfacción de comprar siempre cosas nuevas y cambiarlas inmediatamente por otras
La felicidad del hombre moderno consiste en “divertirse”. Divertirse significa la satisfacción de consumir y asimilar artículos, espectáculos, comida, bebidas, cigarrillos, gente, conferencias, libros, películas, todo se consume, se traga. El mundo es un gran objeto de nuestro apetito”.
Fromm escribió esto que usted acaba de leer en 1959. Hace casi cincuenta años él ya estaba preocupado por esto. ¿Qué diría si viviese aún hoy? ¿Hacia dónde iremos si seguimos así?
Nietzsche, un filósofo que terminó su vida exaltando el egoísmo, escribió unos años antes de morir de locura lo siguiente:
“Tal vez toda la humanidad no sea más que una fase de la evolución de una especie determinada de animales de duración limitada; de suerte que el hombre haya provenido del mono y vuelva otra vez al mono, aunque hoy no haya nadie que tenga interés en este maravilloso desenlace de la comedia.
[…] así también, merced a la ruina eventual de la civilización terrestre en su conjunto, pueda producirse una deformación mucho mayor y, y por último, un embrutecimiento del hombre hasta que lo restituya a su naturaleza simiesca. Precisamente porque podemos abarcar con la mirada esta perspectiva, estamos quizá en situación de prevenir semejante desenlace”.
Estas palabras las escribió en un libro de transición en su forma de pensar: Humano demasiado Humano (2). Éste es el libro en el que comienza, fuertemente, a criticar a la moral, a la religión, y al hombre que según el se estanca en estas tradiciones, mayormente comunitarias, y no ve por sí mismo.
Es probable que mi querido amigo Friedrich, con el que no coincido en muchas cosas, se enojase conmigo si me lee usando sus palabras para defender la sociabilización en vez del egoísmo, pero el mundo pareciera haberle hecho bastante caso y no se perciben muchas mejoras.
Por eso, tal vez, si seguimos como vamos, terminemos involucionando a una naturaleza más animal, menos humana, como forma de la naturaleza de preservarnos a pesar de nosotros mismos. Después de todo, los animales son más comunitarios y, definitivamente, más ecológicos que nosotros. Sólo espero, como dice Nietzsche, que por poder abarcar esta perspectiva con la mirada, estemos a tiempo de prevenirla.
Somos sociables por naturaleza, tanto como que el mundo no debería autodestruirse, o la capa de ozono agujerearse por sí sola. Creo que el individualismo a ultranza que nos idiotiza y los desastres ecológicos son efectos secundarios eventualmente reversibles. La conciencia ecológica comenzó a aparecer y con suerte podremos compensar los efectos nocivos que causamos en el planeta. Tal vez, con un poco de suerte y mucho de conciencia, podamos salir de la idiotez que nos rodea y dejar de privarnos de lo público para poder vivir menos solos en una sociedad mejor.
Fíjense en esta última cita (3) como se combina un poco el tema de convivir con el del mundo en el que nos toca hacerlo:
“Hace más de dos siglos, en 1784, Kant observó que el planeta que habitamos es esférico, y consideró con detenimiento las consecuencias de ese hecho banal: como todos estamos y nos movemos sobre la superficie de esa esfera, señaló Kant, no tenemos otro lugar donde ir y estamos por lo tanto obligados a vivir para siempre en proximidad y compañía de otros. Mantener distancia entre uno y los otros, y aún más ampliarla, es a la larga imposible […] Y esa es la manera como la naturaleza nos ordena aceptar la hospitalidad (recíproca) como precepto supremo, precepto que debemos abrazar y obedecer como modo de dar fin a la larga cadena de ensayos y errores, a las catástrofes causadas por los errores y a la devastación que las catástrofes van dejando a su paso”.
Si no nos convencen las razones sentimentales o de carácter sociológico, que nos convenza la geografía. No se puede decir otra cosa más que: por favor, no seamos idiotas.
J. R. Lucks
Referencias
(1) El arte de amar. Erich Fromm
(2) Humano demasiado Humano. Friedrich Nietzsche
(3) Amor líquido. Zygmunt Barman
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