“Un ingeniero agrónomo recién recibido llega al campo, y pregunta al paisano que encuentra muy cómodamente sentado bajo un ombú:
-Don Zoilo, ¿dará maíz este campo?
El paisano mira al agrónomo con cara de desconfiado, y devuelve enseguida un categórico: -Maíz, ¡no!, este campo nunca ha dado maíz.
El agrónomo, confundido por cierto, repregunta: -Y soja, ¿dará soja?
Don Zoilo se acomoda, lo mira de arriba abajo, y con una mezcla de curiosidad y sorna le dice: -¡No m´hijo!, este campo jamás de los jamases ha dado soja.
-¡No puede ser!, -se desespera el joven profesional, -y… ¿algodón?..., ¿o arroz?
-Mire joven, -contesta el hombre de campo, ya poniéndose de pié- yo he vivido aquí toda mi vida. Y este campo nunca ha dado ni maíz, ni soja, ni algodón, ni nada que se le parezca. Lo único que yo lo he visto dar a este campo, es ese cardito que usté ve allí, y que le gusta mucho a los caballos.
El recién llegado se termina de desorientar… casi abatido le dice: -Pero yo invertí una fortuna… No puede ser… yo estudié estas tierras… tienen que servir… Mire Don Zoilo, yo respeto mucho su opinión, pero no puedo ir contra lo que estudié… mire… ¡yo voy a sembrar a ver que pasa!
El viejo baqueano lo mira sorprendido y le dice: -¡Ah bueno m´hijo!,…sembrando es otra cosa”.
Dulce el cuentito, ¿no?, pero bueno, es cierto que muchos esperamos cosechar sin sembrar. Es esa especie de milagro por el cual podemos rezar mucho, pero ni de casualidad levantar un dedo. El otro cuento(b) va por ese lado, y dice así:
“Un padre muere, no sin antes decirles a sus hijos, que en el terreno que les dejaba había un tesoro escondido.
Los hijos vivían cada uno por su cuenta, casi sin contacto entre ellos. Sólo se habían reunido para asistir a las últimas horas de su padre.
A la muerte del venerable, conversan entre ellos y deciden entonces arar el terreno para encontrar el tesoro. Ante el consejo del más sabio de los tres, para evitar sospechas de los vecinos, se ponen de acuerdo en fingir que trabajaban, así que mientras remueven la tierra van tirando semillas en los surcos. Deciden incluso poner tiras de tela para que los pájaros no se lleven las semilla, y hacer todos los procedimientos, de los cuales el padre tanto les había hablado, para que la farsa fuese completa. Así continúan su tarea y van de a poco arando y sembrando todo el campo. La tarea toma unos días, y cuando terminan, si bien no habían encontrado joyas ni dinero, las semillas de los primeros surcos habían comenzado a brotar.
Se miran entre ellos, y entienden entonces que el tesoro del cuál el padre les hablaba, tenía que ver con el trabajo, con la unión de ellos tras un objetivo común, y con la cosecha, que no tardaría en llegar”.
Hoy, como verán, estoy totalmente positivo y casi nada cínico como otras veces. Es que estos cuentos me dieron a pensar. A veces nos quedamos allí sentados, sin hacer nada, esperando que el campo de algo sin sembrarlo. Incluso eso no sería tan grave. A veces trabajamos como locos y nos esforzamos muchísimo para figurar, para aparentar, para parecer, para sobresalir sin fijarnos contra quien nos comparamos. Si ese esfuerzo lo pusiésemos en cosas positivas, y con resultado cierto, lograríamos algo sin tener que esperar que nos lo den. Pero peor todavía, muchas veces gastamos miles de calorías en criticar, en trabar, en envidiar, en ver como hacemos para que otros no puedan disfrutar de lo que tienen, cuando con ese mismo esfuerzo, puesto en cosas productivas, seguramente lograríamos algo para nosotros.
Los cuentos son cuentos y solamente sirven para reflexionar sobre ellos. Es difícil de que nos pase lo que a los hermanos, y que saquemos cosecha de un lugar en el que sólo arábamos para encontrar tesoros. Lo importante de ese segundo cuento es que ellos reflexionaron, y se dieron cuenta de que el tesoro era el trabajo compartido y el esfuerzo.
¿Y nosotros? Nos dieron este campo tan lindo que se llama Argentina, ¿trabajaremos todos juntos alguna vez?, o seguiremos haciendo un pozos, cada uno de nosotros con su pala, para tratar de encontrar tesoros. Nos daremos cuenta algún día, no digo a nivel país, pero al menos en cada cuadra, de que si no la ensuciamos todos los vecinos la veríamos limpia; en un vagón de tren o de subte, que si no rompemos disfrutamos todos; en la escuela de nuestros hijos, en la cual si no estacionamos en triple fila tal vez salgamos más rápido todos los días, en vez de uno por mes cuando logramos ser nosotros los de la triple. ¿Algún día sembraremos antes de esperar que dé?, ¿algún día haremos algo bueno sin esperar que otro lo haga antes?, ¿algún día dejaremos de ver el ejemplo de los desgraciados, y usarlo como excusa para no hacer lo que sabemos que hay que hacer? Ojalá. Ojalá que la Exposición Rural, aparte de entretenernos y divertirnos, nos haga pensar en que si queremos cosechar primero hay que sembrar.
J. R. Lucks
Bibliografía:
(a) La versión original desde la cual se adaptó este cuento se publicó en: Cuentos desde la cruz del sur, Mamerto Menapace. Editoria Patria Grande, año 1993.
(b) La versión original desde la cual se adaptó este cuento se llama: “El tesoro oculto”. El mismo fue publicado en Cuentos ZEN, Guido Tavani. Editorial Quadrata, año 2007.