Era un sol rojo, inmenso, glorioso; como hacía mucho, pero mucho que no veía… y entonces me acordé, justamente, de cuánto hacía que no lo veía; de cuanto que no me “fabricaba” el tiempo para ver salir el sol; de cuanto que no me preocupaba siquiera por el hecho de no tener o hacer el momento para presenciar semejante maravilla, por la que –al menos todavía– nadie cobra.
Claro, lo que pasa es que uno está –yo estoy, ¿y usted?– muy ocupado. La vida es un trajín constante. Trabajar, hacer cosas, estudiar, mejorar, hacer trámites, evitar problemas, consumir –no hay que olvidarse de este mandato de la sociedad moderna–, y claro no hay tiempo.
“La vida es una lucha”, me encontré diciéndome a mí mismo. O será que la lucha es vivir la vida de forma tal que no la transformemos en una lucha. ¡Ja!, interesante juego de palabras que me hizo acordar de un refrán:
“No hay peor lucha que la que no se hace”.
Yo –admito que con una mezcla de orgullo y vergüenza– soy de los que cree que la vida es en muchos sentidos una lucha, un camino que hay que esforzarse en recorrer para llegar mejores personas donde sea que vayamos. Yo no soy de los que cree que la vida es sólo para disfrutar; ya que dis-frutar viene de aprovechar los frutos, o sea des-frutar (eso dicen los diccionarios de etimología), y si no se cultiva, si no se cuida la planta, no hay frutos, al menos no otros que los silvestres que eventualmente se acaban.
Pero claro, el asunto es el equilibrio, tan pero tan difícil de lograr. Es infinitamente más fácil estar desequilibrado que no estarlo, después de todo el equilibrio es sólo un punto de la escala, mientras que los desequilibrios son prácticamente infinitos. Por eso, más allá de las posturas personales, más allá de pensar que los frutos hay que cultivarlos para poder disfrutar de ellos, es cierto que hay algunos que están allí casi gratuitamente, y que por lo tanto no hace falta luchar para conseguirlos.
La vida es lucha en mucho; pero también es disfrute, sea del resultado del esfuerzo como también de lo que de alguna manera está simplemente allí, para que carguemos fuerza para seguir adelante.
Esta cita de un libro (1) que tampoco hace mucho leí, me causó en su momento la misma sensación que la que tuve el otro día viendo, de casualidad, la salida del sol sobre el río.
“-La vida es una lucha, no lo olvides.
Me respondió tristemente.
-Maestro, no me hables de lucha: ¿no has contemplado nunca el sol al amanecer sobre los campos y el Nilo? ¿Nunca has observado el crepúsculo? ¿Nunca has escuchado el ruido de los ruiseñores, ni el zureo de las palomas?... ¿Nunca has perseguido la santa alegría que se esconde en los más profundo de nuestras vidas?...”.
Equilibrio: éste es el mandato, al menos para mí; no pretender disfrutar de lo que no me esforcé por conseguir, pero no despreciar los disfrutes para los cuales mi esfuerzo no sólo no haga falta sino que además resultase intrascendente.
El amor de un ser querido, por ejemplo, para el que hay que esforzarse por obtener y mantener, pero que si es sincero es siempre más de lo que uno merece. O lo que nos ofrece la naturaleza –como ese sol de mi otro día–, a la que tenemos que cuidar con esmero y dedicación, pero que nos da infinitamente más de lo que nosotros podríamos haber logrado por nuestra cuenta.
Esta es para mí la lucha que no debo dejar de hacer, equilibrarme para disfrutar más, y tal vez luchar menos –o al menos tener a la lucha no tan presente, no tan protagonista. Tal vez la de otros sea la de “poder” pretender menos gratuitamente, y ser más capaces de hacer esfuerzos para merecer lo que desean disfrutar. No dejan de ser igual de valiosas ambas luchas, no dejan de ser igual de necesarias, no dejan de ser estas las faltas y desequilibrios que nos hacen humanos.
A luchar lo suficiente, a disfrutar lo que se presenta y lo que se consigue. Un equilibrio que al menos a mí me cuesta, pero que vale la pena. Que la vida no sea sólo una lucha, o sólo una pretensión de disfrute; que la vida sea ambas cosas.
Tal vez no se logre fácilmente un equilibrio razonable, pero como nos dice este otro refrán:
“Mientras haya vida habrá esperanza”.
J. R. Lucks
Referencias:
(1) Akhenaton El rey hereje. Naguib Mahfuz. Editorial: Edhasa Año: 2000
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