domingo, enero 31, 2010

Mentiras en sociedad

Hay un tema musical que interpretaba en su momento Sui Generis, cuya letra es la siguiente poesía de Charly García:

“Él era un fabricante de mentiras,
él tenía las historias de cartón.
Su vida era una fábula de lata
sus ojos eran luces de neón.
Y nunca tengas fe que sus mentiras puedan traer dolor.

Ella era una típica inocente
zapatos negros, medias de algodón
que sólo era feliz en el colegio,
que nunca tuvo en su piel amor.
Inútil es decir que lo que le dijeron lo creyó.

Querrán saber el fin de nuestra historia,
algunos lo podrán imaginar,
la niña que sin pena y sin gloria
perdió sus medias y su castidad.

Preciso es condenar al que se burla de nuestra moral.
Pero hay algo que no se puede explicar:
por qué la niña ríe en vez de llorar?”

La primera reflexión que me trajo esta letra, al rescatarla de algún recóndito lugar en mi memoria lejana, es que comparada con mucho de lo que se escribe ahora esto parece más música de iglesia que de rock. Claro que tiene casi treinta años, ¿será por eso? Ni Charly ni ninguno de los otros involucrados con Sui Generis eran ni son santos, pero que alegría escuchar o leer: “preciso es condenar al que se burla de nuestra moral”. En fin.

La segunda cosa que me vino a la mente es la similitud de esta historia con la del Don Juan, que escrito obviamente desde una óptica (¿machista?) en la cuál el varón es “más pícaro” que la mujer, logra engañarla… ¿? Lo cierto es que más de una vez son ellas las que terminan riendo. ¿Cómo hubiese sido este Don Juan si sus autores no hubiesen subestimado tanto a las damas? A ellas no les hace falta escribirse en un personaje “ganando” pulseadas de este tipo, saben que ganan.

Pero yendo al tema principal, el de la sociedad del mentiroso con el mentido, lo que me recordó este poema fue una frase que se le escucha a un personaje de historieta llamado Homero Simpson. La frase, que él le dice a su esposa Marge, asegura lo siguiente:

“Marge, se necesitan dos para una mentira, uno que la diga y el otro que la escuche”

Cuantas veces pasa esto ¿no? El mentiroso sólo logra su propósito porque el que escucha está escuchando lo que quiere escuchar.

No me cabe duda de que el mentiroso es una mala persona, o que al menos está obrando mal al mentir. Pero: estará siempre siendo engañado el que escucha. Pareciera que la niña de la canción de Charly no tanto. ¿O reirá para no llorar?

Que tal nosotros que también perdemos nuestras medias y un montón de cosas más cada vez que, elecciones mediante, nos vuelven a mentir. ¿Será que somos muy crédulos?, o será que somos idiotas, o que necesitamos que nos mientan, (algunos, en general pocos, también se ríen después de esas mentiras). Le damos la razón a Homero una y otra vez, al menos en mi país cada cuatro años para presidente, y cada dos para parte de las Cámaras del Congreso.

Bueno, es que no siempre sabemos que nos mienten. Por eso, para no quedarnos con la alcoholizada filosofía de Homero (Simpson), mejor prestemos atención a lo que nos decía Anaxágoras (1) ya hace como 2.500 años:

“La primera vez que me engañes la culpa será tuya; la segunda vez, la culpa será mía”.

¿A qué fabricante de mentiras con historias de cartón le hablaría el filósofo? ¿Habrá perdido él también las medias y la castidad?, o le habrán hecho perder la jubilación, le habrán subido los impuestos más allá de lo prometido, le habrán congelado los depósitos bancarios, etcétera, etcétera.

Cualquiera de los tres tiene algo para ser escuchado y atendido. O condenamos al que se burla de nuestra moral, o no le ponemos oído a la mentira de los mentirosos, o anotamos a los que nos mienten para que la segunda vez no sea culpa nuestra.

En todos los casos podemos dejar de ser víctimas. ¿Qué tal si prestamos atención? Me cansé de ser socio (pasivo, escuchante) del que miente en sociedad. ¿Y usted?



Referencias:

(1) Anaxágoras: Filósofo, geómetra y astrónomo griego. Perteneció a la denominada escuela jónica, y abrió la primera escuela de filosofía en Atenas.



J. R. Lucks





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domingo, enero 24, 2010

La insoportable falta de compasión

Me vino a la mente hace unos días un viejo refrán que escuchaba en mi casa cuando era pequeño. El mismo asegura:

“Un grano no hace un granero, pero ayuda al compañero”.

Pretendía enseñarme que no era despreciable lo poco que yo pudiese hacer de bueno, ya que mi esfuerzo sumado al de otros que creyeran lo mismo lograría una gran diferencia. El truco es, justamente, que todos pensásemos así.

He llegado a creer que gran parte de los problemas que tenemos, como humanidad, tienen origen justamente en que no nos creemos esto. No sólo por no hacer ese “algo bueno” que sumado a lo de los demás acabaría, por ejemplo, con males como la desigualdad. Sino porque lo llevamos además al otro extremo, pensamos que si hacemos algo malo, si violamos alguna ley, si tomamos alguna ventaja indebida, etcétera, no se ha de notar porque todos los demás sí se comportarán como corresponde. Vivimos claramente equivocados.

Pero repensando el asunto desde el porqué no hacemos lo bueno que sí podemos, se me cruzaron estos párrafos de La insoportable levedad del ser (1) , y se me amplió un poco el rango de pensamiento.

“Todos los idiomas derivados del latín forman la palabra ‘compasión’ con el prefijo ‘com’ (2) y la palabra pas-sio que significaba originalmente ‘padecimiento’. Esta palabra se traduce a otros idiomas, por ejemplo al checo, al polaco, al alemán, al sueco, mediante un sustantivo compuesto de un prefijo del mismo significado, seguido de la palabra ‘sentimiento’; en checo: sou-cit; en polaco: wspólczucie; en alemán: Mit-gefühl; en sueco: med-kánsla.

En los idiomas derivados del latín, la palabra ‘compasión’ significa: no podemos mirar impertérritos el sufrimiento del otro; o: participamos de los sentimientos de aquel que sufre. En otra palabra, en la francesa pitié (en la inglesa pity, en la italiana pieta, etc.), que tiene aproximadamente el mismo significado, se nota incluso cierta indulgencia hacia aquel que sufre.

[…]

Este es el motivo por el cual la palabra ‘compasión’ o ‘piedad’ produce desconfianza; parece que se refiere a un sentimiento malo, secundario, que no tiene mucho en común con el amor. Querer a alguien por compasión significa no quererlo de verdad.

En los idiomas que no forman la palabra ‘compasión’ a partir de la raíz del ‘padecimiento’ (passio), sino del sustantivo ‘sentimiento’, estas palabras se utilizan aproximadamente en el mismo sentido, sin embargo es imposible afirmar que se refieran a un sentimiento secundario, malo. El secreto poder de su etimología ilumina la palabra con otra luz y le da un significado más amplio: tener compasión significa saber vivir con otro su desgracia, pero también sentir con él cualquier otro sentimiento: alegría, angustia, felicidad, dolor. Esta compasión (en el sentido de jvspó/czucie, Mitgefübl, madkansld) significa también la máxima capacidad de imaginación sensible, el arte de la telepatía sensible; es en la jerarquía de los sentimientos el sentimiento más elevado”.

Para mí el poder de las palabras es trascendental. Y Kundera pareciera proveer, al menos a mí, una explicación de porqué nuestra compasión es tantas veces pasiva. Miramos el padecimiento de otros. En el mejor de los casos nos entristecemos por el dolor ajeno, pero no nos moviliza lo suficiente.

Es increíble, porque en una “mala” etimología, com-pasión pudiera entenderse como con-pasión. O sea “con” toda la fuerza de la pasión (en el sentido que hoy le damos al término).

Nos apasionamos por un deporte, justificando muchas veces desmanes por la pasión que determinados ejemplares de la raza humana profesan por ciertos equipos o agrupaciones. Por la pasión (utilizada como sinónimo de apetito) sexual, por ejemplo, hacemos cosas inimaginables. Y se podría seguir dando ejemplos.

Con esa pasión, no nos importa cuánto hagan los demás. La pasión nos ciega y hacemos lo que tenemos que hacer, lo que queremos hacer, lo que la pasión nos dicta. No somos pasivos. Somos activos.

Sería interesante empezar en las escuelas a enseñar un nuevo significado de la palabra con-pasión, aunque la regla ortográfica quede pisoteada, y enseñarles a los chicos que cuando se ve una injusticia, su esfuerzo, su con-pasión, es capaz de hacer la diferencia. Hasta me parece que debería reescribir el refrán con el que empecé:

Con-pasión, un grano no hará un granero, pero ayudara al compañero”.

El significado en los idiomas de los pueblos a los cuales los latinos en algún tiempo llamamos bárbaros, me gusta más. Con pasión, con sentimiento. Compartir no sólo pasivamente el dolor del otro, compartir (partir, romper, en conjunto) el sufrimiento para hacerlo desaparecer. Con sentimiento, sentir también las alegrías de los demás en vez de envidiarlas, en vez de querer opacarlas.

Animémonos a educar a nuestros hijos en la compasión a la “bárbara”, con-pasión. Si todos ponemos hoy un granito, ellos tendrán un granero.


Referencias:

(1) La insoportable levedad del ser. Milan Kundera. Editorial Tusquets, 2008.
(2) En conjunto, en compañía.


J. R. Lucks




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domingo, enero 17, 2010

Ya estamos cerca…

Estuve viendo hace poco una película llamada 2012, que cuenta otra versión del “fin del mundo como lo conocemos”.

Supuestamente el 21 de diciembre del año 2012, momento en que llega a su fin un calendario utilizado por el pueblo Maya, sucederán ciertas cuestiones en el conjunto de astros que rodea a la Tierra (alineamiento de planetas, explosiones solares, etcétera) que tendrán un efecto terrible en nuestro querido mundo, causando grandes cataclismos.

En esta versión del fin del mundo los humanos no tenemos la culpa. Sólo somos incapaces de evitarlo, o de darnos cuenta de lo que va a pasar con la suficiente anticipación como para no tener que estar corriendo a último momento.

Aparentemente sigue siendo más fácil saber que fue lo que pasó hace millones de años, con cosas como el Big Bang y el origen de la vida, que predecir el estado del clima y con mucha más razón el fin del mundo.

Estas cosas me hicieron pensar en que ya llegamos al fin de la primera década del siglo XXI (que termina al final del 2010). De hecho el 2012 ya forma parte de la segunda década. Mucha ciencia ficción había puesto fecha de caducidad a nuestro mundo por estos años. Así que o no falta demasiado para saber si nosotros mismos o algo externo que no podemos prever nos hará desaparecer, o si serán todos esos autores y profetas desmentidos.

Si nos va a pegar un meteorito gigante, o una explosión solar va a calentar el centro de la Tierra hasta que explotemos como una olla a presión, es probable que mucho no podamos hacer. Pero que tal si nosotros nos dejamos de romper el “barco” en el que vamos “navegando”.

Hace poco terminó una cumbre mundial para ponerse de acuerdo en qué hacer para evitar que se siga destruyendo el planeta, y nuestros maravillosos líderes no se pudieron poner de acuerdo. Es probable que sea porque como tienen en promedio un par de años más de mandato, y seguramente después se van a vivir a otra galaxia, ésta mucho no les importa.

Me puse a pensar cuanto gastaron para no ponerse de acuerdo, y cuantas vidas de niños desnutridos se hubiesen salvado si ese dinero se invertía en comida. O cuántos sueldos de maestros se hubiesen pagado para educar chicos que, al crecer, tal vez sí se preocupasen en serio por el calentamiento global (si es que para ese momento no es tarde).

Por eso estuve releyendo esa “Carta escrita en el 2070” (1) que circula por Internet , y me sonó mucho más real y concreta que lo que me sonaba cuando la leí por primera vez, no hace demasiado tiempo atrás. En ella alguien cuenta como vive dentro de 60 años y cómo, por falta de agua, la expectativa de vida vuelve a ser de cerca de 50 años al igual que unos cuántos siglos atrás. Se cuentan además algunas otras cosas también algo “aterradoras”, que desgraciadamente suenan cada vez más verosímiles. Es ciencia ficción, que comienza a transformarse en crónica periodística.

Lamentablemente me da la sensación de que estamos más cerca de eso que de la “predicción” que nos hace el autor de la saga de “Terminator”, que dice que para esta época, más o menos, vamos a haber creado computadoras tan inteligentes como para tomar el control y esclavizarnos.

No hay todavía autos voladores o viajes interestelares (apenas logramos mandar sondas a un par de planetas de nuestro propio sistema solar). Si bien nos gobiernan un montón de locos no hubo todavía una guerra nuclear, y no parece que en el futuro cercano las máquinas –o los primates amaestrados del “Planeta de los Simios”– nos vayan a esclavizar.

Parece que antes nos vamos a quedar sin agua, o vamos a tener que pagar para respirar, o vamos nosotros solitos a derretir el hielo de los polos y vamos a tener que vivir en “arcas”. ¿Patético no? Pero nuestros líderes no se ponen de acuerdo. Ellos probablemente no hagan nada. ¿Podremos hacer algo nosotros?

Enseguida me vino esto a la cabeza (también circula en diversas formas por Internet):

“Si lo abrió ¡Ciérrelo!
Si lo encendió ¡Apáguelo!
Si lo enchufó ¡Desenchúfelo!
Si lo ensució ¡Límpielo!
Si está usando algo ¡Cuídelo!
Si es gratis, no lo desperdicie.
Si algo le sirve, trátelo con cariño”.

Ahora ponga las palabras planeta, agua, medioambiente, fauna y flora, ecosistema, energía, aire, árboles, etcétera al final o al principio de cada oración, y eso le va a responder si podemos hacer algo. Una última frase de esta serie de consejos que creo puede servir dice:

“Si no puede hacer lo que quiere, trate de querer lo que hace”.

Puede sonar muy ingenua la poesía que me vino a la mente cuando me puse a pensar si podemos hacer algo desde cada uno de nosotros. Justamente por eso, porque tiene esa carga de idealismo y sencillez, es tal vez que tanto se usa en actos de fin de año de colegios y escuelas, donde los niños tienen que escucharla y creérsela. Ojalá nosotros nos creamos también, un poco, esta letra de Diego Torres:

“…
Saber que se puede, querer que se pueda
quitarse los miedos sacarlos afuera

tentar al futuro con el corazón.

Es mejor perderse que nunca embarcar
mejor tentarse a dejar de intentar

Sé que lo imposible se puede lograr
que la tristeza algún día se irá
y así será la vida cambia y cambiará”.


No confío en los políticos y en sus cumbres, hagamos algo ahora, porque cuando quede poca agua, estoy casi seguro de que ellos se la van a tomar primero.


J. R. Lucks






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domingo, enero 10, 2010

La revolución de los buenos

Hay una frase que siempre me gustó mucho (debería según yo considerarse digna de ser “elevada” a la categoría de refrán), que dice algo como esto:

“Lo único que necesita el mal para triunfar, es que los hombres buenos no hagan nada para evitarlo”.

La frase se le asigna a un político y filósofo Irlandés de nombre Edmund Burke, que vivió en el siglo XVIII.

Algunas fuentes le atribuyen a este hombre la paternidad del conservadurismo moderno. Esto me resultó interesante, porque si hay un conservadurismo moderno quiere decir que, supongo vía una revolución, “destronó” al conservadurismo antiguo. Llamativo. Una vez que el revolucionario se instala en el poder quiere conservarlo, por eso se transforma en conservador, pero “moderno”. A veces pienso que si sólo pudiésemos evitar el sufrimiento que nuestros políticos nos causan, y nada más no riésemos de sus idioteces, no necesitaríamos programas cómicos.

Más allá de este paréntesis, hay algunas cosas que sí se le atribuyen con certeza a Burke con las cuales estoy muy de acuerdo, sea conservador o no. Por ejemplo:

“El hombre está calificado para gozar de libertades civiles en la misma proporción en que esté dispuesto a poner límites morales a sus propios apetitos, en proporción a lo que su amor por la justicia sea superior a su rapacidad, en proporción a lo que su sentido común y su capacidad de entendimiento estén por encima de su vanidad, en proporción a cuánto este dispuesto a escuchar el consejo de sabios y rectos en vez de las adulaciones de sus sirvientes”.

No se cuántos políticos pasan por esta prueba. No se cuantos de nosotros pasamos por esta prueba. Si esto no es justo y equilibrado, no se que es justicia ni equilibrio.

Otra frase de Burke que me gustó mucho, y cuyas consecuencias lamentablemente los humanos hemos visto comprobarse una y otra vez, dice:

“Cuando se produce una separación entre la libertad y la justicia, ninguna, en mi opinión, están a salvo”.

Interesante. Me pregunto, ¿alguno de nuestros gobernantes habrá leído estas frases tanto como parecen haber leído y releído a Maquiavelo?

Volviendo a la primera cita que fue la que dio origen a esta columna: ¿qué hay que hacer para que nos creamos lo que dice la frase? ¿Qué materia hay que agregar en las escuelas para que los chicos actúen como sugiere Burke, o quién sea verdaderamente el que puso esas palabras juntas?

Yo estoy convencido de que no hay más gente mala que buena; al contrario, malos en serio hay realmente pocos en proporción a los buenos, a los trabajadores, a los esforzados, a los fieles. ¿Por qué no aplican las reglas de la democracia y los buenos le ganan a los malos? ¿Qué revolución hay que hacer para que se pueda instaurar un nuevo conservadurismo en el que los buenos dominen?

No tengo ninguna respuesta, sólo preguntas. Me alegro de aún tenerlas, quiere decir que no perdí la esperanza. Pienso. Píenselo.

Algunas corrientes filosóficas definen al mal como falta de bien. No como algo en sí mismo, sino como un defecto, como un “hueco”. Suena, esta forma de pensar, también a injusticia: al no hacer el bien necesario, se está permitiendo o causando un mal.

Creo que algunos malditos han ido un poco más allá y le han dado entidad a una maldad que me parece no es sólo falta de bien, sino que es creación de necesidad de un bien que luego se niega o se escatima. Creo que hay una versión de mal que es destrucción, muchas veces sólo por diversión. Otros males tienen que ver con impedir: educación, salud, desarrollo. Desgraciadamente hay demasiadas variedades de mal.

Como me gustan los refranes busco en ellos, y siempre encuentro algo que me ayuda a salir de pensamientos como este. Por ejemplo:

“No hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista”.

Sabiendo que los malos son menos, tendiendo en cuenta este refrán (al que le creo), y confiando en que el día que los buenos hagan algo el mal dejará de triunfar, me quedo un poco más tranquilo. La revolución de los buenos ya va a llegar. Las revoluciones suceden cuando nos damos cuenta de que no queremos que nuestro cuerpo siga resistiendo, allí es donde nos revelamos. Lástima que haya que esperar tanto, por eso:

“No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy” y “No pidas que otro haga lo que tu puedes hacer”.

Después de todo:

“Para hacer el bien no hay que pedir permiso”.


J. R. Lucks







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domingo, enero 03, 2010

Pensar para donde vamos

“Por correr el hombre
no puede pensar,
que ni él mismo sabe
para donde va”.


Esta es una estrofa de la poseía “Vuele bajo”, de Facundo Cabral, que da letra a la canción del mismo nombre.

Siempre la tomé como una buena advertencia, aunque esté expresada en forma de conclusión. Lo cierto e indiscutible es que si se quiere llegar a algún lugar, hay que saber primero cuál es ese lugar.

Lewis Carrol, en su “Alicia en el país de las maravillas”, hace decir esto a dos de sus personajes:

“Alicia: - ¿Qué camino debo seguir?
Maestro Gato: - ¿Para dónde quieres ir?
Alicia: - ¡No lo sé!
Maestro Gato: - ¡Entonces, cualquier camino sirve!”


Esta conversación siempre me causó confusión. Cualquier camino, (todo camino) lleva a algún lado (aunque más no sea al equivocado). Elegir un camino es elegir un destino también. Por lo tanto, si la pobre Alicia eligiese un camino, cualquiera, entonces ya sabría donde está yendo. Al elegir ya no sería cierto que no sabe donde quiere ir, estaría en viaje hacia donde ese camino la lleva. Aún en el caso de que tomase un camino al azar, sin saber donde termina, sabría que está yendo a ese lugar y no a otro.

Desde mi punto de vista –muy lejos de lo que recomienda el Maestro Gato– no hay camino para el que no sabe adonde ir. No concuerdo con que cualquier camino sirve; al contrario, creo que ninguno sirve hasta que uno no se decide. Primero hay que saber, y después ir.

La angustia que produce el no saber adonde ir es buena, ayuda a desear una respuesta, moviliza a buscar un destino. La posibilidad de elegir cualquier camino, creyendo que el que sea va a ser bueno, no debería nunca ser una solución viable, no debería calmar esa angustia.

Hay demasiada gente hoy dispuesta a decirnos adonde ir o qué camino tomar, sobre todo cuando no sabemos cuál elegir. Muchos de esos son los que nos hacen “correr”, y así nos mantienen sin poder pensar por nosotros mismos adonde vale la pena llegar.

Lo llamativo es que casi todos los caminos que nos recomiendan terminan en un centro comercial, en una suscripción a algún servicio que supuestamente nos ha de resultar maravilloso, o en algo similar sostenido por nuestras “módicas” donaciones o aportes.

La tan repetida frase: “pruébelo, y si no le gusta le devolvemos su dinero”, es un “bajador de angustia” como el tomar cualquier camino sin saber adonde ir. Se nos presenta como una opción sin riesgo. Se hace implícito que al no saber adonde ir, no importa donde lleguemos. Es la ilusión de que no podemos fallar: “nunca llegaremos a un lugar equivocado o indeseable si no podemos definir cuál es el deseable o el correcto”. Para muchos, entonces, mantenernos en la ignorancia en términos de qué queremos, es mejor que darnos el tiempo de decidir. Por eso nos hacen correr.

Me pregunto, ¿por qué nos dejamos llevar?, ¿por qué casi todos los programas de noticias son de opinión y no sólo reportes de los acontecimientos, así el que los escucha puede valorarlos por si mismo?, ¿por qué las opiniones y los puntos de vista formados parecen ser más valiosos que las preguntas?

Parafraseando al Maestro Gato: ¿cualquier respuesta será buena cuando no se sabe la pregunta?… ¡No! Saber cuál es la pregunta correcta es, la mayoría de las veces, más importante que la respuesta.

El mundo de hoy nos quiere dar respuesta (solución, producto, servicio, opinión formada) a muchas cosas, que como nos la pasamos corriendo, no sabemos si son las que nos van a llevar donde queremos ir. Por favor, no tome esto como una opinión necesariamente válida, pero hágame caso en algo: ¡pregúntese cuál es su versión de las cosas!

La canción de Cabral no me gusta del todo, porque él, al menos en esa letra, termina recomendando esto:

“No crezca mi niño,
no crezca jamás,
los grandes al mundo,
le hacen mucho mal.


[…]

Siga siendo niño,
y en paz dormirá,
sin guerras,
ni máquinas de calcular”.


Me da mucha pena ser en parte responsable de un mundo en el que haya que recomendarle a un niño no crecer, aunque más no sea metafóricamente.

El Maestro Facundo les pide a los niños que no dejen de serlo. Sabemos por experiencia que los pequeños preguntan, se preguntan, no paran de preguntar, en general no se conforman con la primera respuesta. Estoy de acuerdo con él en mantener esta curiosidad e interés por saber, pero me apena tener que pedirles a los niños que no crezcan por no poder confiar en nuestra habilidad para mantenernos curiosos.

El estribillo de la canción dice:

“Vuele bajo,
porque abajo,
está la verdad.
Esto es algo,
que los hombres,
no aprenden jamás".


No es por pelearme con Cabral, pero revelémonos contra esta última afirmación. ¡Aprendamos!
Estamos rodeados de ejemplos de cómo no hacer las cosas. ¡Aprendamos! No hagamos un mundo en el que a nuestros hijos haya que recomendarles quedarse chiquitos.

Decidamos si queremos seguir yendo a un “lugar” en el que los niños no deban crecer, o a otro en el cual estos puedan ser niños y los adultos capaces de ayudarlos a desarrollarse, contenerlos mientras crecen, amarlos y nutrirlos en vez de tener que “podarlos”. ¡Hoy decidamos!, porque si seguimos sin saber adonde ir le vamos a terminar haciendo caso al Maestro Gato, vamos a tomar cualquier camino, y la metafórica profecía de Cabral se va a hacer incuestionable.

Muchos de los niños de hoy, por el solo hecho de ser niños –como Alicia–, seguramente tampoco saben donde les conviene ir. No creo que recomendarles tomar cualquier camino, o dejarlos encontrar cualquier respuesta en una red social en Internet, en una publicidad, o en un video juego, sea lo mejor.

Que tal si paramos de correr, si decidimos adonde queremos ir y llevemos allí a los niños allí mientras crecen, para que ellos no tengan que recomendarles a los suyos, ni siquiera metafóricamente, que lo mejor es dejar de crecer.


J. R. Lucks




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